El fumador, de la colección Thyssen-Bornemisza, fue pintado en Céret en septiembre de 1913. Juan Gris estuvo en esta localidad del Pirineo francés —«La Meca del cubismo», como la denominaba Kahnweiler— desde principios de agosto hasta finales de octubre, por lo que coincidió durante unos días con Picasso, su compatriota y vecino del Bateau-Lavoir, a quien Gris llamaba «maestro». La manera de descomponer y fragmentar la cabeza en sus diferentes partes en forma de abanico, según un orden geométrico, responde —según Christopher Green — a la influencia directa de las Cabezas de Picasso pintadas en Céret en la primavera de 1913. El cubismo de Picasso y Braque había tomado entonces una nueva dirección más conceptual y sintética y sus composiciones, en las que habían empezado a incorporar el papier collé, se habían hecho más sencillas y planas.
Gracias a un dibujo preparatorio de El fumador, en el que se lee la dedicatoria «A mon cher ami Frank Haviland. Bien affectueusement. Juan Gris», se puede barajar la hipótesis de que sea un retrato de Frank Haviland, un rico americano, amigo de Leo y Gertrude Stein, que acababa de restaurar un monasterio en Céret, en el que guardaba su importante colección de arte africano. Haviland, descendiente de David Haviland, fundador de una fábrica de porcelana en Limoges en el siglo XIX, fue un gran protector de los jóvenes artistas vanguardistas de París y él mismo había pintado alguna obra bajo el nombre de Frank Burty. En el dibujo, de formato casi similar al lienzo, Gris dejó prácticamente definidas las líneas básicas de la composición. Tanto en éste como en el óleo, se acentúan una serie de elementos caracterizadores del personaje, como el cuello duro de la camisa, la corbata de lazo o el sombrero de copa; el mismo atuendo que Haviland llevaba en una fotografía que Picasso le hizo en su estudio de París en 1910.
La dominante oblicua de la parte superior, que nos remite a las Cabezas de Picasso, contrasta con la solidez y frontalidad de la parte inferior, en la que los hombros y el cuello dan una gran estabilidad a la composición. Para sugerir profundidad, Gris presenta la figura desde distintos puntos de vista, lo que hace que algunas de sus partes sean difíciles de reconocer. La nota discordante de este estudiado orden geométrico la ofrece la línea sinuosa del humo del cigarro, que los distintos fragmentos del cuadro hacen cambiar de color. Por otra parte, las referencias esquematizadas de la nariz, la oreja y la barbilla, cercanas a la caricatura, tienen cierta similitud con los rasgos lineales de las Cabezas de Picasso, aunque también nos hacen recordar los comienzos de Juan Gris como ilustrador gráfico. Ahora bien, lo que distingue la obra de Gris de la de Picasso es sin duda la incorporación del color. Los grandes planos verdes, azules, naranjas o rojos, ausentes en las obras de Picasso y Braque de ese momento, dan a la obra de Gris una especial originalidad.
Este retrato perteneció al marchante de Gris, el alemán Daniel-Henry Kahnweiler, y sin duda formaba parte de sus pinturas preferidas ya que en 1921 la volvió a comprar en la subasta de los bienes que le había requisado el Gobierno francés al comenzar la guerra, esta vez para la Galerie Simon de París, que dirigió entre 1920 y 1940.
Paloma Alarcó