Paisaje idílico con la huida a Egipto
Claudio de Lorena, que encontró su inspiración en la campiña italiana de los alrededores de Roma, es uno de los grandes representantes del paisaje clásico del siglo XVII. Lorena llegó a Roma con doce o trece años. Al poco tiempo se trasladó a Nápoles, donde estudió con el paisajista alemán Goffredo Wals unos dos años, regresando a Roma, donde entró a trabajar en el taller del también pintor de paisajes Agostino Tassi. Las noticias de estos años en Italia, donde hay todavía lagunas por completar, se deben a dos de sus primeros biógrafos: Joachim von Sandrart y Filippo Baldinucci. Tras una breve estancia en Lorena, el pintor está de nuevo documentado en Roma, en 1627, donde permaneció hasta su fallecimiento en 1682.
En la década de los años treinta, la fama de Lorena comenzó a extenderse entre los círculos artísticos romanos empezando a recibir comisiones de importantes clientes. Entre ellos, en la segunda mitad de este decenio, el encargo de una serie de ocho lienzos para la decoración del palacio del Buen Retiro de Madrid del rey de España, Felipe IV. Al rey se sumaron altas esferas eclesiásticas, entre ellas varios papas y cardenales, así como aristócratas italianos y franceses. Además, el paisaje durante este siglo fue adquiriendo en Italia el rango de género independiente, convirtiéndose en un tema de moda solicitado por los coleccionistas y con un buen mercado.
En la formación del paisaje ideal de Claudio de Lorena se han mencionado varios antecedentes, además de los derivados de su formación con Wals y Tassi. Entre los más destacados se encuentran los trabajos de artistas nórdicos establecidos en Roma, contemporáneos de Lorena, como Cornelis von Poelenburgh y Bartholomeus Breenbergh. También en la construcción de sus primeras obras se vislumbra un conocimiento del paisaje manierista donde determinados elementos, junto con el color, van dibujando los distintos planos de la narración. En esta línea se han destacado los trabajos de Paul Brill y de Adam Elsheimer.
Esta pintura, firmada y fechada, fue encargada por uno de sus protectores más importantes: Lorenzo Onofrio Colonna. Pertenece a su periodo de madurez y está ejecutada en el mismo año en que el pintor se vio obligado a hacer testamento tras una grave enfermedad. Lorena ha elegido para este pasaje bíblico, que tiene lugar a la derecha, fragmentos de la campiña romana que, según su biógrafo Sandrart, iba a dibujar habitualmente con otros artistas. Con un formato vertical, poco usual dentro de su repertorio, el pintor, con un punto de vista alto, nos va adentrando en el paisaje a través del color y de la iluminación. Así instala a ambos lados de la tela dos inmensos árboles entre cuyas ramas y hojas se filtran la luz y la atmósfera. A los primeros planos oscurecidos, donde coloca una barca con dos personajes y un apacible rebaño de vacas que abrevan en el río, les sucede el potente foco luminoso del sol en un atardecer. Esta fuente luminosa escondida tras la pantalla de árboles emite unos rayos que inundan e invaden los últimos planos de la composición, conduciéndonos a un paraje idílico. En esta composición no faltan referencias al tiempo pasado y que se resumen en las ruinas clásicas del templo, a la derecha, que emerge entre la espesura, y en el ambiente quieto y tranquilo que emana de la imagen.
La huida a Egipto es un episodio que Lorena repitió en otras ocasiones debido, tal vez, a las posibilidades que ofrecía el tema y que permitían representarlo en amplios espacios naturales. Entre los ejemplos más tempranos con este asunto se encuentran dos cobres, fechados a principios de los años treinta, en colecciones inglesas.
Esta composición se reproduce en el Liber Veritatis, conservado en el British Museum de Londres. Este libro, iniciado por el artista en 1635, tenía la misión de hacer de catálogo de sus propios trabajos y de paso servir como certificado de autenticidad para sus óleos, muchas veces copiados e imitados.
En relación con esta tela se conserva un dibujo, con pequeñas variaciones, en el British Museum, y entre los grabados destaca uno de François Morel y Pierre Labruzzi, de cuando la pintura perteneció a Lucien Bonaparte. El lienzo, que estuvo en la colección británica de Sir David Williams, fue adquirido para la colección Thyssen-Bornemisza en 1966.
Mar Borobia