La casa gris forma parte de una serie de pinturas que Chagall realizó de Vitebsk, su ciudad natal, tras el comienzo de la Primera Guerra Mundial. La vista del casco histórico de la ciudad, en la que se reconoce, entre otras, la torre de la catedral de la Asunción, está dominada en primer término por una de las características construcciones en madera de las laderas del río Ovina. Chagall combina su aprendizaje cubista fruto de sus años de residencia en París -en los distintos planos y los cambios de perspectiva-, con elementos fantásticos como la figurita situada a la izquierda que podría ser un autorretrato o la representación sinuosa del cielo. Estos elementos unidos a los dominantes tonos grises transmiten la percepción "triste y alegre" que Chagall tenía del lugar que le vio nacer.

En el verano de 1914, tras pasar por Berlín con motivo de su exposición en la prestigiosa galería Der Sturm de Herwarth Walden, Marc Chagall regresó a su ciudad natal, Vitebsk. Aunque su intención era volver a París tras una corta estancia, el estallido de la Primera Guerra Mundial, primero, y de la Revolución bolchevique, después, le hicieron permanecer en su país hasta 1922. El fuerte contraste entre la efervescencia vanguardista parisiense y la vida tranquila de la provinciana Vitebsk, «triste y alegre», como la describe Chagall en su autobiografía, provocó una transformación en su pintura. Durante los seis años de estancia en esa pequeña ciudad judía antes de su traslado a Moscú, pintó una serie de cuadros —que él denominaba «documentos»— sobre sus gentes y sus paisajes. Entre éstos se encuentra un conjunto de vistas de la ciudad en las que Chagall, con su peculiar lirismo, combina sentimientos contrapuestos, a veces idílicos, otras nostálgicos o apocalípticos, que respondían a la felicidad tras su reciente matrimonio o a las tensiones emocionales que le produjo la Revolución bolchevique, en la que el pintor, por otra parte, tuvo un papel muy activo en los primeros años. Chagall nos muestra las iglesias y los hogares modestos de sus paisanos y convierte a Vitebsk en la ciudad idílica que sobrevolaba su amada esposa Bella, como vemos en El paseo, de 1917, o en la población triste y apocalíptica de esta pintura perteneciente a la colección del Museo Thyssen-Bornemisza, fechada el mismo año.

En La casa gris el artista ofrece una representación de Vitebsk bastante naturalista, aunque con ciertos elementos tomados del cubismo. Chagall inmortaliza su ciudad, con su catedral barroca de la Asunción sobresaliendo sobre las casas del casco antiguo y, en primer término, nos muestra una característica cabaña de madera, de las que había varios ejemplos en las orillas del río Dvina. La perspectiva irreal con la que está pintada la cabaña y el juego producido por los distintos planos remiten al cubismo, mientras que los cielos sinuosos, que parecen agitar con su movimiento la composición entera, otorgan a la escena una atmósfera un tanto fantástica y onírica.

Tanto la soledad de la pequeña cabaña, que parece abandonada, como el gesto de emoción de la misteriosa figura a la izquierda del cuadro, con la mano en el pecho, nos transmiten un sentimiento de tristeza nostálgica. John Bowlt y Nicoletta Misler consideran que este enigmático personaje, que se refugia en la esquina inferior del cuadro y que lleva inscrito el nombre de «Chagall» en su chaqueta, es un autorretrato. Los citados autores resaltan además el hecho de que las otras dos inscripciones que tiene el cuadro — Marc en hebreo escrito en la manga de la camisa del personaje, y la palabra rusa durak, en la valla de madera de la casa, que significa «idiota» — sugieren que Chagall está dotando al cuadro de un doble significado: «Chagall es un idiota» o dicho de forma más coloquial «Chagall es el tonto del pueblo», y lo ponen en relación con el gusto por lo vulgar que en ocasiones compartía con otros artistas rusos del momento.

Como ocurre en toda su obra pictórica, en La casa gris contemplamos —según señala Ekaterina Selezneva— un mundo «en el que todo es posible, en el que no hay de qué sorprenderse, pero al mismo tiempo es un mundo en el que uno no cesa de sorprenderse». En esta pintura, Chagall nos demuestra que consiguió reunir con especial maestría los recursos de la plástica contemporánea con los más fantásticos temas del folclore y de los reinos encantados de los cuentos rusos. Esta peculiar combinación hace de él un precursor del surrealismo, tal como manifestó el teórico de este movimiento, André Breton: «Con él la metáfora hizo su entrada triunfante en la pintura moderna».

Paloma Alarcó

Siglo XXs. XX - Pintura europea. Vanguardias rusasPinturaÓleolienzo
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