Mujeres cosiendo
Marius Mermillon, que fue su primer biógrafo, decía de Albert André que era inclasificable. Sin embargo, se podría encuadrar dentro de «esa generación intermedia entre la de los impresionistas y la de los revolucionarios empedernidos posteriores a 1900» (R. Chanet), que comprende tanto a los divisionistas como a los componentes de la Escuela de Pont-Aven, y que Roger Fry calificaría como postimpresionista.
Aunque nunca se adhiriera a grupo alguno, el joven Albert André compartió con Valtat y d'Espagnat los gustos de sus amigos Vuillard y Roussel (pertenecientes al grupo de Los Nabis). Al igual que ellos, según la fórmula de Maurice Denis, consideraba que un cuadro es, ante todo, «una superficie plana cubierta de colores combinados en determinado orden»; admiraba a Degas y sus composiciones que trastornaban las normas tradicionales; y adoptó una perspectiva elevada. Luego, tras pasar por una etapa de pintura decorativa (como ejemplo de la cual cabe citar Mujer de azul de 1894, Mujer con pavos reales de 1895), se dedicaría, como ellos, a las escenas de interior en las que la luz artificial de una lámpara revela el encanto de los objetos cotidianos y burgueses, mientras que los personajes, de siluetas simplificadas, leen, zurcen, charlan o se adormecen.
Mujeres cosiendo es la versión al aire libre de estas escenas en las que la familia se ha reunido alrededor de una lámpara. El cuadro está compuesto como una escena de interior, pero la luz del sol sustituye a la de la lámpara: una luz cálida, la del sur de Francia, la del pueblo de Laudun (Gard) donde el pintor pasa sus vacaciones desde niño.
Para cuando Albert André pinta Mujeres cosiendo, Thadée Nathanson -el creador de la Revue Blanche-, ya se ha fijado en el pintor, a quien dedica estas palabras: «A la hora de componer, demuestra buen gusto y un atrevimiento controlado». Sus cuadros, de hábil composición y alegre colorido, son los de un artista fascinado por la luz y la vida moderna que se inspira para sus temas en la vida cotidiana. Es el pintor de las alegrías humildes.
En primer plano, hay tres mujeres cosiendo a la sombra de unos eucaliptos o unos plátanos. En esta zona todo son formas redondas -redondez de las faldas, de los ademanes, de una espalda, de un sombrero, del velador de jardín- que contrastan con las tres rígidas verticales de los árboles.
Los rostros y los ademanes se centran en la labor. No son retratos, cada rostro está apenas sugerido mediante el puntito que señala el ojo. Poco importa quienes son estas mujeres; forman parte de la casa, del paisaje y contribuyen a crear la armonía del lienzo, su composición colorista y luminosa. La mirada, atraída por el blanco de la labor que se destaca sobre el vestido rojo, se dirige luego hacia el sendero bordeado por un seto con flores blancas que la conduce hasta el muro de la casa resplandeciente de luz solar. El rojo del vestido se corresponde con el de los geranios y el tejado de la casa. La pincelada es ágil pero está bien construida.
Todo en esta obra denota la preocupación de Albert André por la composición y su dominio de los acordes cromáticos. Nunca imitó a nadie. Fue a la vez él mismo y el representante de su época, de la cual es reflejo todo artista, por muy individualista u original que sea. Su estilo fue evolucionando con los años, pero siguió siempre muy arraigado a su pueblo de Laudun y a la representación de las escenas de jardín en las que, a la sombra de grandes árboles, las mujeres cogen flores, charlan, remiendan, descansan...
Albert André no fue un revolucionario, su pintura no provocó pasiones; se dirigía a los sentimientos sencillos. Y todavía hoy perpetúa un arte hecho de armonía.
Evelyne Yeatman-Eiffel