Daylesford
Lucian Freud le sugirió a su amigo el barón Thyssen que le encargara a Michael Andrews (cuyo Retrato de Timothy Behrens ya formaba parte de la colección del barón) un cuadro de Daylesford, su casa de campo en el condado de Gloucestershire, al sur de Inglaterra.
A Andrews le fascinaba descubrir asociaciones en un tema. Lo que a simple vista puede parecer una representación algo desabrida de una bonita casa sita en una hermosa finca, una gran superficie de césped perfectamente cortado y una enciclopédica variedad de árboles, resulta ser una vista minuciosamente organizada de un complejo paisaje. El pintor, que trabajó a partir de fotografías y dibujos preparatorios, modificó la escena, recortando la conífera del primer término para adaptarse al formato de la composición, y aligerando o completando los detalles pertinentes.
Warren Hastings mandó construir la mansión de Daylesford hacia 1788 con piedra local de Cotswold de color miel. Hastings era un hombre que había triunfado por su propio esfuerzo; había sido gobernador general de Bengala y el principal fundador del Imperio británico en la India. Compró la finca de Daylesford a un comerciante de Bristol porque antiguamente había pertenecido a su familia; con la nueva casa ponía de manifiesto que era un hombre acaudalado y de éxito que, por méritos propios, había recuperado las tierras de sus antepasados. Sin embargo, por aquella época sus rivales políticos emprendieron una campaña en la que lo acusaron de corrupción, extorsión y crímenes contra el pueblo indio. El juicio duró siete años, al término de los cuales fue absuelto y se retiró a Daylesford, donde murió en 1818.
El cuadro es un homenaje a la tranquilidad y elegancia de la casa y su entorno. A orillas del estanque ornamental un jardinero se ocupa discretamente de arreglar los bordes de hierba mientras un hombre pasa caminando a su altura, con las manos en los bolsillos, demasiado pequeño para que se le pueda identificar, aunque por su porte y su atuendo cabría pensar que es el propio Andrews, en busca de una buena perspectiva. Se trata de un recurso característico del artista: un planteamiento anodino y convencional y unos niveles de implicación crecientes. De forma sutil, exquisita, utilizando el aerógrafo y pintura acrílica, imprime distintos matices a la escena.
Detrás de las ventanas cerradas de la casa se ocultan historias privadas, algunas de las cuales se airearon profusamente en tiempos de Hastings. Las praderas, con sus discretas pendientes y ondulaciones, el estanque de formas redondeadas y los árboles cuidadosamente situados tienen una forma y una disposición que son en realidad las propias de una composición del siglo XVIII. Con ello, Andrews rinde tributo al paisajismo pictórico inglés.
En otros cuadros, en particular Diseño: el jardín de Drummond visto desde lo alto, 1976 (colección particular), Oare, Valle de Pewsey, 1989-1991 (colección particular), Edimburgo: la ciudad vieja, 1990-1993 (Edimburgo, Scottish National Gallery of Modern Art) y Luces V, el pabellón del malecón, 1973 (Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza), Andrews parte de unas ideas confusas para alcanzar la lucidez final. Una de las asociaciones que le llaman la atención en este caso es el hecho de que uno de los poemas ingleses más famosos se hubiese inspirado en un lugar cercano. El poeta Edward Thomas lo escribió en 1917, poco antes de su muerte, acaecida en el campo de batalla en el frente occidental. Recuerda el momento en que el tren en el que viajaba se detuvo brevemente en Adelstrop en una cálida tarde de junio: «Nadie se fue y nadie vino». El poema acaba con estos versos:
Y en aquel instante trinó un mirlo
cerca de allí, y a su alrededor se oyó el canto más difuso,
cada vez más lejos, de todos los pájaros
de Oxfordshire y Gloucestershire.
Nada ocurrió, lo mismo que en Dalyesford, donde no ocurre nada. Daylesford, igual que Adelstrop, es un recuerdo perfectamente encapsulado.
William Feaver