Luces V. El pabellón del muelle
Una vez liberado de las primeras influencias de William Coldstream y Francis Bacon, la pintura de Michael Andrews cambió de orientación, en busca de una verdad trascendental. Luces V. El pabellón del muelle, pintado en 1973, es un buen ejemplo de esa transformación. Pertenece a la serie Luces, un grupo de siete grandes lienzos, en los que trabajó durante más de cinco años, que plasman sus aspiraciones espirituales a través de la noción zen de liberación. El título Luces se refiere a las Iluminaciones de Rimbaud y, como revelaría el propio artista, «hacía referencia a la necesidad de liberarse de las ideas que tenemos de nosotros mismos. De lo que llamamos el ego». Antes de comenzar este conjunto, reunió una heterogénea colección de recortes de revistas y periódicos que le llamaron la atención, escribió anotaciones, realizó collages hasta que vio claro lo que quería pintar: «La acción de volar y la experiencia de evolucionar». El artista escribió en sus notas una explicación sobre la serie: « Luces trata, ante todo y principalmente, de iluminación; de conocimiento místico. De un conocimiento místico especialmente receptivo o vivencial: la experiencia extática».
La serie sigue una secuencia en la que cada escena va surgiendo como consecuencia de la anterior. En un conjunto de paisajes vacíos, ciudades modernas y placenteros balnearios costeros, Andrews pinta la solitaria progresión de un globo como símbolo del viaje del alma en busca de su liberación hasta llegar a las tranquilas aguas de una playa, el lugar elegido para aterrizar. Todas estas imágenes, cargadas de significados poéticos y psicológicos, nos invitan a la reflexión sobre la precariedad del ser y sobre su evolución en los tiempos modernos.
Luces I. Al aire libre comienza con una experiencia agradable y feliz a través del vuelo del globo sobre la campiña inglesa; es el punto de partida para tratar de superar el egoísmo y huir de él. En Luces II. El barco tragado por las aguas, el globo representa el ego absorbido por la vida urbana. Este sentimiento deriva, en Luces III. El globo negro, en una experiencia un tanto más sombría, en la que el globo pesado, plomizo y con aspecto cansado, simboliza el esfuerzo que lleva consigo el ir logrando la iluminación. La parte central de la serie se compone de tres obras ambientadas en la costa del sur de Inglaterra: Luces IV. El malecón y la carretera, Luces V. El pabellón del muelle y Luces VI. El balneario. Los pabellones de recreo que aparecen en ellas simbolizan el lugar en el que el ser, liberado de su propio yo, puede ya relacionarse con los demás. La obsesión egoísta del ser comienza a ser superada, por lo que en estos tres grandes lienzos el globo ha desaparecido, sólo está presente de forma simbólica fuera de la composición. La serie concluye con la más sugerente de las imágenes, en la que el globo-ego aparece como una sombra sobre una playa en la que posiblemente se dispone a aterrizar. Esta última pintura es un acto de resignación y supone, en cierta medida, un regreso a la posición inicial, una vez que el artista se ha percatado de que la búsqueda de la iluminación es un esfuerzo inútil; la iluminación no se encuentra, aparece sin avisar.
Luces V. El pabellón del muelle, de la colección Thyssen-Bornemisza, tiene su origen en una fotografía del pabellón Britannia de Yarmouth, publicada en el Eastern Evening News el 20 de julio de 1967. El recorte que Andrews tenía guardado lo pasó a cuadrícula para transferir la composición a las grandes dimensiones del lienzo. Para obtener un mayor énfasis metafórico, el pintor quiso dar a la superficie pictórica calidades de sfumatto y decidió pulverizar la pintura acrílica al agua con pistola sobre el lienzo sin imprimación, en vez de aplicarla con el pincel. De esta forma, consiguió acentuar la sensación de espejismo y agudizar el sentido de distanciamiento que quería transmitir. Como concluía acertadamente William Feaver en su estudio sobre la serie Luces «Andrews aprendió que pintar es la respuesta». En este mismo sentido, Andrews confesaba: «Me di cuenta de que la iluminación, esa conciencia repentina, hermosa, desinteresada, se producía dentro de mi propio oficio. Siempre, en el momento de pintar un cuadro, se producía esta iluminación. Una y otra vez». Para Andrews la pintura era sin duda una manera de tomar partido y de representar ilusiones perdidas.
Paloma Alarcó