Retrato de Timothy Behrens
Michael Andrews compartía con los demás miembros de la denominada Escuela de Londres un mismo interés por la figura humana y un profundo rechazo del naturalismo academicista. Estudió en la Slade School con William Coldstream, y se sintió atraído por el agnosticismo existencialista que le acercó por un tiempo a la obra de Francis Bacon y Alberto Giacometti y a los escritos de Kierkegaard.
Sólidamente enraizado en la tradición figurativa británica, Andrews pronto se interesó por el género del retrato. El Retrato de Timothy Behrens, de 1962, perteneciente a la colección del Museo Thyssen-Bornemisza, es una imagen de este joven pintor que estuvo vinculado durante un periodo con Bacon, Freud, Auerbach y Andrews, con los que aparece en una fotografía en un restaurante londinense en 1962, el mismo año en que posó para esta pintura. Al igual que otros retratos tempranos de Andrews, éste nos revela una considerable huella de la pintura de Francis Bacon. La técnica suelta y la introspección del personaje, aislado en medio del cuadro, son buena prueba de ello. Ahora bien, aunque Andrews se sentía impresionado por la emoción que produce la contemplación de las obras de Bacon, ante las que, según sus propias palabras, «se tiene la impresión de que hay alguien en la habitación junto a ti», él era un pintor mucho más contenido y nunca compartió su desbordamiento emocional.
Como ocurre en toda la producción del pintor, la luz adquiere en esta pintura una especial relevancia. Tal y como hacía notar Lawrence Gowing, el modelo, que más que posar parece ser captado en un instante efímero, «permanece quieto por un momento, mientras la luz —directa, difusa o reflejada— lo atraviesa y lo esculpe en colores, amarillo maíz y rosado, lo esculpe con su propia impaciencia, de forma precisa, donde la luz le golpea, de forma disuelta por el lado por el que se desvanece en la sombra, dejando (por ejemplo) en el lado oscuro un fleco desdibujado de dedos».
Paloma Alarcó