Fra Giovanni da Fiesole, religioso y pintor cuyo nombre era Guido di Piero da Mugello antes de tomar los hábitos, debe su apodo, «Angelico», a los comentarios que sus pinturas suscitaron en el siglo XVI. La primera noticia que se tiene referente a su actividad artística es de 1417, fecha en la que realizó un retablo para la iglesia de Santo Stefano al Ponte. Sabemos que entre 1418 y 1421 ingresó en el convento de San Domenico, en Fiesole, pues su nombre se vinculó, en 1423, con la ejecución de un crucifijo para el hospital de Santa Maria Nuova. Entre sus primeras obras, además de trabajos como miniaturista, se encuentran el Tríptico de san Pedro mártir y La Virgen con el Niño, ambos en el Museo di San Marco de Florencia. En éstas se observa el reflejo de la tradición gótica tardía, de Lorenzo de Monaco y el conocimiento de las innovaciones artísticas introducidas por Masaccio, Ghiberti y la concepción arquitectónica de Brunelleschi. A principios de los años treinta ya gozaba de reconocido prestigio y estaba considerado como uno de los más grandes pintores de toda Florencia. En 1436 a la comunidad de dominicos donde profesaba Fra Angelico le fue encomendado el monasterio de San Marco, en Florencia, donde está documentado en 1441. Para ese monasterio pintó una serie de unos cincuenta frescos que decoraban las celdas de los frailes. Concebidas estas pinturas como apoyo a la devoción privada de los monjes, su colorido y composición incitan a la serenidad. En la última etapa de su carrera, el papa Nicolás V le llamó a Roma para decorar, también con frescos, una de las capillas del Vaticano. Ejecutado entre 1447 y 1450, ese conjunto, con escenas de las vidas de san Esteban y san Lorenzo, fue proyectado por Fra Angelico con un talante más narrativo y detallista que la serie de San Marco. En 1450 el beato volvió a su convento de Fiesole, del que fue nombrado prior. Tres años más tarde regresó a Roma, donde, a su muerte en 1455, fue enterrado en la iglesia de Santa Maria Sopra Minerva. Vasari le dedicó en sus biografías un capítulo donde destaca entre sus virtudes la modestia y la humildad. Su estilo se acomodó a los postulados didácticos requeridos por la orden de predicadores a la que perteneció, imprimiendo gracia y dulzura a sus imágenes.

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