La Anunciación
Entre 1888 y 1891, Émile Bernard fue, junto a Gauguin, el creador del «sintetismo», tendencia que marcaría el giro histórico de la pintura europea después del Impresionismo. En aquellos años, su devoción de creyente confluyó con su interés, como artista simbolista, por los temas sobrenaturales, y Bernard pintó muchas composiciones inspiradas en los Evangelios: desde la Adoración de los Magos hasta la Oración en el huerto y otras escenas de la Pasión de Cristo. Aquellas obras captarían inmediatamente la imaginación de Maurice Denis, Sérusier, Ranson y otros pintores del grupo de los Nabis. Pero los cuadros religiosos de Bernard (y Gauguin) provocaron también reacciones menos entusiastas. En la correspondencia epistolar entre Bernard y Vincent van Gogh tenemos abundantes pruebas de las reservas que despertaba en el pintor holandés esta parte de la obra de su amigo. Desde el asilo de Saint-Rémy, en diciembre de 1889, Van Gogh escribía sobre una Anunciación de Bernard: «¿Una "Anunciación" de qué? Veo figuras de ángeles muy elegantes [...] pero, una vez pasada la primera impresión, me pregunto si es una mistificación y esos figurantes ya no me dicen nada». En la misma carta encontraba la pintura religiosa de Bernard «algo falso, afectado» y concluía: «Así pues, un fracaso, amigo mío, los cuadros bíblicos».
La Anunciación será uno de los asuntos preferidos de la pintura religiosa de Bernard (como de Denis), no sólo debido a la renovación de la piedad mariana en el catolicismo finisecular sino como homenaje a los maestros italianos del primer Renacimiento. Bernard aborda aquí el tema con indiscutible cultura iconográfica y con inclinaciones arcaizantes. El Protoevangelio de Santiago refiere que, cuando el arcángel le anunció que sería la Madre del Mesías, la Virgen María estaba tejiendo el velo del templo. A ello alude el huso que la Virgen tiene entre las manos y que en la tradición constituye, al mismo tiempo, una metáfora de la gestación. Gabriel, arrodillado sobre una nube, levanta los dedos en señal de saludo y sostiene una vara de lirios como símbolo de pureza. En cuanto al escenario, se inspira en la tradición de la pintura italiana; si los flamencos y alemanes emplazaban habitualmente la Anunciación en un interior, los italianos preferían situarla en un jardín, vinculando así tipológicamente el anuncio de la Redención con el Edén, lugar de la Caída.
La factura del cuadro es característica del período «sintetista» de Bernard, cuando él y Gauguin adoptaron las pinceladas paralelas de Cézanne. Pero esa factura se combina con un recurso por completo extraño al pintor de Aix: los contornos sinuosos, los arabescos lineales que anticipan las concepciones decorativas del art nouveau.
Guillermo Solana