Interior de una tienda en Pont-Aven
Para el joven Émile Bernard, que cuenta entonces diecinueve años de edad, 1887 es un año de grandes logros. Bernard y sus amigos saben aprovechar las conversaciones que han tenido y los nuevos modos de expresión que han descubierto juntos. Émile Bernard y Louis Anquetin rechazan el Puntillismo que practicaban en 1886 y adoptan el cloisonnisme. Al igual que a Van Gogh, les entusiasman las estampas japonesas y ambos crean lienzos muy vanguardistas.
Bernard pasa el verano de 1887 en Saint-Briac, en la costa septentrional de Bretaña, y luego en Pont-Aven, en la costa meridional, en tanto que Gauguin se ha marchado a la Martinica.
Precisamente en Pont-Aven pinta este cuadro. La factura general es cloisonniste, con bordes que resaltan los motivos y colores claros aplicados mediante amplias pinceladas formando superficies planas; sin embargo, quedan reminiscencias del Puntillismo en el rostro de la bretona de la izquierda. Bernard adoptará un sintetismo más radical a partir de 1888, siendo todavía de transición la técnica de este lienzo.
El tema está tratado a la manera de las estampas japonesas: personajes descentrados y cortados, ausencia de perspectiva que aplana la imagen, audacia del motivo de la rueda que ocupa la mitad del espacio pictórico.
La escena representa el interior de una tienda de ultramarinos; al fondo, detrás del mostrador, se ve a la tendera con el rostro enmarcado por dos quinqués. Sobre el mostrador hay tres frascos de caramelos.
A la izquierda, de perfil, aparece una mujer con la cofia y el cuello de encaje típicos de Pont-Aven, esperando a que la despachen.
La gran rueda es un volante de fundición con los típicos radios sinusoidales, que pone en movimiento una correa, seguramente para el traslado de las mercancías almacenadas en el sótano. Esta gran forma circular confiere a la escena un ambiente esotérico, y Émile Bernard, en busca del simbolismo pictórico, la utiliza intencionadamente en este sentido.
La escena es muda: las mujeres no se miran, lo que acentúa la sensación de misterio.
Arriba a la derecha, un espejo refleja el interior del establecimiento, mostrándonos una lámpara de petróleo colgada del techo y la silueta de una mujer. En aquella época todas las tiendas de ultramarinos también hacían las veces de bodega y hay en la composición un ambiente de bar a la manera de Toulouse-Lautrec (que aquel mismo año ejecutó el retrato de Bernard).
Este cuadro se llegó a titular La rueca por desconocimiento del tema; en ningún caso una rueca podría tener semejante tamaño ni diámetro. Además, lo normal era hilar en casa y no en un lugar público.
Émile Bernard ha ejecutado una obra audaz por su composición, inspirada en la vida diaria en Pont-Aven, y que pone de manifiesto sus investigaciones pictóricas en aquel año bisagra de 1887.
Catherine Puget