San Sebastián
San Sebastián, cuyo nacimiento la leyenda sitúa en la Galia, fue un centurión romano que padeció martirio en Roma por profesar la religión cristiana en tiempo de Diocleciano. Su suplicio consistió en que los soldados lo ataron al tronco de un árbol, donde su cuerpo sirvió de blanco a las flechas. Tras el tormento, santa Irene con sus compañeras se acercaron al lugar para darle sepultura pero descubrieron que Sebastián todavía respiraba, por lo que decidieron extraerle las flechas y curarle las heridas. Una vez recuperado se presentó de nuevo ante Diocleciano, quien en esta ocasión lo mandó ajusticiar en el hipódromo del palacio imperial, donde fue flagelado y golpeado. Su cadáver fue arrojado a la cloaca Máxima para impedir así que los cristianos le rindieran culto. Sin embargo, san Sebastián reveló en sueños a santa Lucía el lugar donde yacían sus restos para que estos fueran convenientemente enterrados. Además de los episodios de su vida que tuvieron lugar allí, la vinculación del santo con Roma se reforzó al ser designado tercer patrón de la urbe tras san Pedro y san Pablo. La escultura en mármol, ideada a un tamaño inferior al natural, representa un momento previo a la llegada de santa Irene, cuando los verdugos habían abandonado el lugar de la ejecución y el santo, tras ser asaetado, agoniza lentamente. Bernini acomoda la figura en una roca y emplea el tronco del árbol del martirio de respaldo. El brazo derecho, en el que todavía es visible una de las ataduras, reposa sobre una rama seca, mientras la pierna izquierda se asienta al frente para sujetar un cuerpo que parece querer deslizarse hacia el suelo por la posición de la cadera y de la pierna derecha. La misma señal de abandono que se percibe en ese miembro se halla en la disposición del otro brazo, que cae sin fuerza, paralelo al tronco, para posar su mano en el muslo. Una postura de un equilibrio inestable y delicado que se ha puesto en relación con el tránsito que el santo experimenta en ese momento. El tratamiento que se da al rostro, de gesto sosegado, con la boca entreabierta y los ojos cerrados, o la precisión con que están esculpidos las venas y los músculos de su cuerpo, todavía en tensión, son un elocuente reflejo del profundo estudio que Bernini realizó sobre esos instantes entre la vida y la muerte.
La escultura fue una adquisición o un encargo del cardenal Maffeo Barberini (1568-1644), benefactor del artista y papa desde 1623 con el nombre de Urbano VIII. En un principio se pensó que su destino fue la capilla de la familia Barberini en la iglesia de Sant’Andrea della Valle, erigida precisamente sobre el lugar donde se había recuperado el cuerpo de san Sebastián de la cloaca Máxima. Sin embargo, no se ha conseguido rastrear la ubicación de la pieza en ese espacio, pero sí en el palacio del cardenal Maffeo Barberini, donde tal vez decoró su capilla. La escultura aparece inventariada por vez primera en 1628, cuando fue trasladada de la casa familiar en la via dei Giubbonari, al nuevo edificio en la via delle Quattro Fontane, donde pasó a incrementar el patrimonio del sobrino de Maffeo, el cardenal Francesco Barberini (1597-1679). El San Sebastián permaneció entre los bienes de la familia hasta 1935, cuando fue adquirida a sus herederos por Heinrich Thyssen-Bornemisza (1875-1947), junto con otras destacadísimas pinturas, para su colección, instalada en aquel entonces en Villa Favorita, Lugano.
La escultura ha podido fecharse gracias a la aparición de un documento del 29 de diciembre de 1617 en el que se registra el pago de cincuenta escudos de Maffeo Barberini al padre de Gian Lorenzo. Para realizar esta importante obra de juventud, que cronológicamente se sitúa tras el San Lorenzo en la parrilla de la Colección Contini-Bonacossi, Palazzo Pitti de Florencia, y delante del grupo de Eneas, Anaquises y Ascanio de la Galleria Borghese de Roma, Bernini se inspiró en modelos de la pasión de Cristo y en la obra de Miguel Ángel. La crítica ha identificado dos trabajos concretos del gran maestro en los que pudo basarse: las piedades del Vaticano y de la Ópera del Duomo de Florencia, que a principios del siglo XVII se encontraba en Roma. Esta escultura de San Sebastián es un préstamo temporal de una colección privada al Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.