Atardecer en la pradera
Albert Bierstadt, perteneciente a una familia de emigrantes alemanes llegados a New Bedford, Massachussets, fue uno de los componentes más señalados de la Escuela del río Hudson y uno de los primeros pintores del recién descubierto paisaje del lejano Oeste, adonde viajó en numerosas ocasiones. En 1859 el joven artista se unió a la expedición estatal encargada de abrir una nueva ruta de ferrocarril hacia el Pacífico a las órdenes del coronel Frederick W. Lander.A esta primera toma de contacto con las legendarias montañas americanas y con los pueblos nativos en sus hábitats vírgenes1, seguiría otro viaje cuatro años después, en 1863, junto al escritor y crítico de arte del New York Evening Post Fitz Hugh Ludlow, quien nos dejaría un detallado testimonio escrito de la aventura en El corazón del continente.
Aunque todo parece indicar que Atardecer en la pradera fue pintado por Bierstadt a su regreso del que sería el último de sus viajes al Oeste, realizado en 1870 junto a su esposa en el recién estrenado ferrocarril, la escena está directamente relacionada con uno de los parajes pintorescos descritos en la carta que publicó tras su primer viaje en el periódico artístico The Crayon. En la mencionada epístola el artista no sólo narraba su aventura, sino que además hacía unas apasionadas descripciones de las Montañas Rocosas, que equiparaba a los Alpes.
A través de pinturas como ésta, Bierstadt nos ofrece una visión idealizada y bucólica del Oeste americano y enlaza con la tradición de lo pastoral de la pintura de paisaje alemana del siglo XIX. Según Elizabeth Garrity Ellis, en algunos de los elementos de la composición, como el horizonte bajo o la figura del jinete solitario, silueteado a contraluz sobre una inflamada puesta de sol, se puede rastrear la influencia del pintor alemán Andreas Achenbach, cuya obra Bierstadt estudió en Düsseldorf4. Los encendidos celajes y las brillantes bandas de luz, tan características del pintor, guardan también cierta relación con las exuberantes puestas de sol, cargadas de efectos teatrales, de su contemporáneo Frederic Church, en especial su Crepúsculo en la naturaleza salvaje.
Paloma Alarcó