El camino encajonado
hacia 1922
Óleo sobre lápiz sobre lienzo.
46,3 x 55,3 cm
Colección Carmen Thyssen
Nº INV. (
CTB.2000.3
)
Sala F
Planta baja
Colección Carmen Thyssen y salas de exposiciones temporales
Si en la primera década de su carrera Bonnard fue esencialmente un pintor parisiense, a partir de 1900 se fue retirando cada vez más de la capital. Durante algún tiempo conservó el interés por los temas urbanos, pero hacia 1912, el paisaje se había convertido en una de sus pasiones dominantes (aunque no la única, si recordamos su creciente dedicación al desnudo). El interés del artista por el paisaje se prolongaría a lo largo de los años veinte. A diferencia de los impresionistas, Bonnard creaba sus paisajes habitualmente de memoria. Solía partir de un pequeño dibujo a lápiz ejecutado rápidamente, en diez o quince minutos, sobre el terreno. Más tarde (a veces en seguida, a veces años después), decidía la escala del cuadro y comenzaba a pintar.
En 1922, la época en que fue ejecutado El camino encajonado, Bonnard pintó unos veintidós paisajes de Normandía y de la Costa Azul; el norte y el sur de Francia eran los dos polos que se disputaban su atención. Charles Terrasse, sobrino del artista, contó a Brassaï que Bonnard encontraba la luz del norte más interesante que la del sur: «Sin duda, mi tío creía que en ningún sitio es tan bello el cielo y tan cambiante como en Deauville, Trouville, Honfleur. Y amaba también los árboles que se encuentran en el norte: los fresnos, los tilos, los castaños, los manzanos». En 1933, Bonnard confesaría a un conocido, el profesor Hahnloser: «No puedo pintar en el Mediodía. Allí no hay colores». Si en sus paisajes del sur, de aliento decorativo y escala monumental, Bonnard recurre con frecuencia a las alusiones mitológicas, sus paisajes nórdicos tienen un carácter más realista y se basan exclusivamente en temas cotidianos y anecdóticos. Este es el caso del cuadro que nos ocupa, una vista de un camino próximo a la casa del artista en Vernon, en las riberas del Sena. En los paisajes de Bonnard suele haber presencias escondidas que lleva algún tiempo descubrir. Aquí se trata del motivo pintoresco y humorístico de las gallinas que atraviesan el sendero (algo semejante a lo que sucedía en el cuadro de Gauguin Vegetación tropical, Martinica, de 1887).
En su organización del campo visual, Bonnard cultivaba paralelamente dos modelos de paisaje: uno abierto y el otro cerrado. Por un lado, están esos paisajes que plasman una vista panorámica, abarcando la máxima amplitud del horizonte. Por el otro, los cuadros donde los campos o el mar aparecen enmarcados por una ventana, un balcón o una puerta (recursos paralelos al uso del espejo como procedimiento para enmarcar figuras y objetos en sus interiores). En este caso, y aun sin acudir a tales expedientes, el camino se encuentra encajado en la tierra, entre los arbustos, y enmarcado además a la izquierda por el muro de una casa rodeada por un cercado. Si en los paisajes panorámicos suele contemplarse el campo desde un punto elevado, aquí sucede al contrario: el ojo se sitúa por debajo del horizonte, y la pendiente del terreno le impide abarcar el campo de un vistazo, lo que provoca una cierta sensación de enclaustramiento.
Guillermo Solana
En 1922, la época en que fue ejecutado El camino encajonado, Bonnard pintó unos veintidós paisajes de Normandía y de la Costa Azul; el norte y el sur de Francia eran los dos polos que se disputaban su atención. Charles Terrasse, sobrino del artista, contó a Brassaï que Bonnard encontraba la luz del norte más interesante que la del sur: «Sin duda, mi tío creía que en ningún sitio es tan bello el cielo y tan cambiante como en Deauville, Trouville, Honfleur. Y amaba también los árboles que se encuentran en el norte: los fresnos, los tilos, los castaños, los manzanos». En 1933, Bonnard confesaría a un conocido, el profesor Hahnloser: «No puedo pintar en el Mediodía. Allí no hay colores». Si en sus paisajes del sur, de aliento decorativo y escala monumental, Bonnard recurre con frecuencia a las alusiones mitológicas, sus paisajes nórdicos tienen un carácter más realista y se basan exclusivamente en temas cotidianos y anecdóticos. Este es el caso del cuadro que nos ocupa, una vista de un camino próximo a la casa del artista en Vernon, en las riberas del Sena. En los paisajes de Bonnard suele haber presencias escondidas que lleva algún tiempo descubrir. Aquí se trata del motivo pintoresco y humorístico de las gallinas que atraviesan el sendero (algo semejante a lo que sucedía en el cuadro de Gauguin Vegetación tropical, Martinica, de 1887).
En su organización del campo visual, Bonnard cultivaba paralelamente dos modelos de paisaje: uno abierto y el otro cerrado. Por un lado, están esos paisajes que plasman una vista panorámica, abarcando la máxima amplitud del horizonte. Por el otro, los cuadros donde los campos o el mar aparecen enmarcados por una ventana, un balcón o una puerta (recursos paralelos al uso del espejo como procedimiento para enmarcar figuras y objetos en sus interiores). En este caso, y aun sin acudir a tales expedientes, el camino se encuentra encajado en la tierra, entre los arbustos, y enmarcado además a la izquierda por el muro de una casa rodeada por un cercado. Si en los paisajes panorámicos suele contemplarse el campo desde un punto elevado, aquí sucede al contrario: el ojo se sitúa por debajo del horizonte, y la pendiente del terreno le impide abarcar el campo de un vistazo, lo que provoca una cierta sensación de enclaustramiento.
Guillermo Solana