Étretat. El acantilado de Aval
En 1890, Boudin inició una etapa (la última) de renovada energía. Aquél fue un año de intenso trabajo, en que tuvo que atender a la creciente demanda de su obra y preparar los envíos a varias exposiciones (Durand-Ruel proyectaba una gran muestra individual para diciembre). Boudin acudió a sus fuentes de inspiración preferidas: el mar, los puertos y las playas. Viajó al Mediterráneo, a Holanda y finalmente a su tierra natal, Normandía, donde pasaría parte del verano y del otoño. Sabemos que entre el 20 de septiembre y el 3 de octubre se detuvo en un famoso paraje de la costa normanda: Étretat.
Situado al noreste de El Havre, Étretat era sólo, a comienzos del siglo XIX, un pequeño pueblo de pescadores que no llegaba al millar de habitantes. Pero desde la década de 1830 se convirtió en un lugar de vacaciones de moda y a finales de siglo alcanzaría unos 2.200 residentes permanentes, que en verano eran muchos miles. La fama de Étretat se basaba (y se basa) en su agreste costa rocosa, y especialmente en los dos acantilados que enmarcan la bahía. Al noreste (a la derecha mirando al mar) hay un promontorio descendente con una arcada baja, la Porte d'Amont (la puerta de [corriente] arriba). Del lado opuesto, una roca más alta (más de ochenta metros) y más espectacular, la Porte d'Aval (la puerta de [corriente] abajo), con su pico separado: la Aiguille. A medida que uno avanza desde Amont hacia Aval, esa aguja se va desplazando hasta que puede ser vista en parte a través del arco.
Atraídos, como los turistas, por el pintoresco escenario, muchos pintores frecuentaron Étretat en el siglo XIX: entre ellos Delacroix, Eugène Isabey, Charles Mozin y Eugène Le Poittevin. Pero los grandes maestros de este escenario serían Courbet y Monet, hacia 1868. Monet regresó allí más tarde, entre 1883 y 1886, y pintaría una larga serie de vistas. En cuanto a Boudin, aunque conocía muy bien la costa normanda, fue a partir de la década de 1880 cuando prestó atención a este paraje (también al otro acantilado, el de Amont), acaso cediendo a la influencia de su antiguo discípulo, Monet.
Los paisajes costeros, las playas de Boudin, están animados casi siempre con grupos numerosos, con multitudes hormigueantes, ya sean de turistas o de pescadores y mariscadores. En este caso, sin embargo, el pintor prescinde de las figuras, como también de las casas del pueblo, del hotel y de la playa. El único signo de presencia humana es la flotilla de pesqueros que vuelven de faenar, que por lo demás aparece como un elemento natural, perfectamente integrado en el paisaje (las velas de las barcas emergen como débiles ecos de la aguja de Aval). Por una vez, el pintor mira, como los turistas, hacia la «pura naturaleza».
Al mismo tiempo, la visión de Boudin se encuentra en las antípodas de los pintores que desde el Romanticismo pintaban el oleaje tempestuoso rompiendo contra el acantilado (incluso Monet en varias ocasiones). Boudin prescinde de esa sublimidad trágica, así como de la retórica de la pincelada agitada que la acompaña. Su drama, de magnífica serenidad, se basa casi exclusivamente en los contrastes de la luz y en la atmósfera que envuelve el conjunto. La oscura silueta de Aval, con el contrapeso de las masas de las nubes, vincula y separa a la vez el mar y el cielo, como una auténtica puerta de tránsito entre uno y otro.
Guillermo Solana