Como muchos de los artistas estadounidenses de mediados del siglo XIX, Bradford se sintió atraído por las regiones inexploradas del continente americano. En 1861 viajó por vez primera a la península canadiense de Labrador, experiencia en la que siguió los pasos del pintor Frederic Edwin Church.
En 1874, tras varios años pasados en Londres, Bradford fijó su residencia en Nueva York, donde trabajó a partir de dibujos y fotografías tomadas en el Ártico. Pescadores en la costa de Labrador podría pertenecer a esta época debido a su factura precisa, cercana a la fotografía. Sin la inmediatez de algunas de sus obras anteriores, Bradford logra no obstante trasmitir toda la belleza de la luz septentrional, reflejada en los icebergs y en las velas de los barcos. Un mismo afán artístico y científico se dan cita en esta obra para ofrecernos uno de los testimonios más singulares de los mares del norte.

JAL

William Bradford, el pintor que más se identifica con las tierras baldías y heladas de Labrador, fue el segundo pintor norteamericano que visitó las regiones del Ártico -después de Frederic E. Church, que se aventuró a viajar por el norte en 1859-. El propio artista reconoce que los libros History of the Grinnell Expedition, de Elisha Kent Kane, y Letters from High Latitudes, de Lord Dufferin, le provocaron «una impresión tan profunda que sentí el deseo, que llegó a ser irresistible, de visitar los escenarios que habían descrito y de estudiar la naturaleza bajo los terribles aspectos de la zona glacial». Seguramente Bradford sabía que ya en 1860 Frederic E. Church estaba preparando su magna obra, Los icebergs (163 x 285 cm), que se expondría en Nueva York en abril de 1861.

Bradford viajó por primera vez al Ártico en el verano de 1861. «Aunque estuve totalmente a merced de las velas», escribiría el artista, «y aunque encontré muchas pequeñas dificultades, el viaje resultó tan satisfactorio que lo repetí a la temporada siguiente y en cinco de los seis años posteriores». En 1869, Bradford viajó a Groenlandia junto con el explorador Isaac I. Hayes en el «Panther», un ballenero de 375 toneladas. Fruto de este viaje fue la obra The Arctic Regions, una magnífica edición limitada en folio de 711 x 584 mm, ilustrada con 136 fotografías. En la introducción, Bradford atribuye las ilustraciones a los fotógrafos John B. Dunmore y George B. Critcherson, pero no cabe duda de que él tuvo mucho que ver en su creación, y años más tarde permitió que se reconociera que las fotografías que se tomaron durante sus viajes al Ártico fueron en su totalidad obra suya.

Durante estos viajes, el artista, ataviado con las pieles de foca de los esquimales, llenaba sus cuadernos de apuntes con motivos de la costa de aquellos puertos y ensenadas, dibujando chozas y cabañas de pescadores, muelles y embarcaderos, boyas y faros. Las anotaciones que figuran en estos dibujos ponen de manifiesto la naturaleza sintética de las composiciones definitivas de Bradford, creadas a partir de sus dibujos y fotografías.

«Buen motivo para ángulo de un paisaje», escribe en un dibujo; «en vez del barco poner un montón de rocas», propone en otro. A menudo una nota en un cuaderno de dibujo sirve de recordatorio para que el artista consulte una fotografía sobre el mismo tema. Los icebergs en alta mar, tema que aparece frecuentemente en las fotografías, se recoge sólo en algunos dibujos. Años más tarde Bradford, que fue uno de los primeros artistas que recurrió a la fotografía, comentaría que los más de setecientos negativos que tomó durante esos viajes le ahorraron «ocho o diez viajes a las regiones árticas».

Aunque sus apuntes y las fotografías eran en blanco y negro, Bradford era muy consciente de la riqueza cromática de los icebergs. Se quedaba extasiado frente a los maravillosos juegos de luces y sombras que ofrecían y en su obra The Arctic Regions comenta en un momento dado que consiguió «realizar algunos de los más hermosos estudios de color» que jamás había visto. A lo largo de dicha obra describe las diversas tonalidades del paisaje ártico: «la escena sólo era comparable con las imágenes siempre cambiantes de un caleidoscopio. Y también los colores contribuían a crear esta ilusión. Desde el blanco puro hasta el raso brillante y resplandeciente; desde el verde más oscuro hasta todos los tonos más pálidos; y desde el azul claro hasta el lapislázuli más intenso; y luego, cuando algún iceberg pasaba a la deriva entre nosotros y el sol, su cima se coronaba con un halo anaranjado, sobre el que a veces surgían algunas formas prismáticas». En otro pasaje, Bradford describe los rayos del sol que se reflejan sobre la superficie de un iceberg como si estuvieran «teñidos con tenues y oscilantes lenguas de fuego». En Pescadores en la costa de Labrador, Bradford capta el efecto del sol poniente sobre los icebergs y la actividad de los pueblecitos costeros que con tanto cariño recogió en sus cuadernos de apuntes.

Kenneth W. Maddox
 

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