Contemplando el mar
A Alfred Thompson Bricher se le suele identificar con la pintura de paisaje de la costa este de Estados Unidos y Canadá, desprovista de toda asociación humana, en la que mar, tierra y cielo mantienen un equilibrio cuidadosamente estudiado. Un escritor contemporáneo describe en estos términos una escena de playa, captando perfectamente la esencia de este tipo de obras: «Las rocas se descomponen en semejante variedad de formas, y las playas son tan duras y lisas, que ofrece a la vista y al oído toda la belleza del movimiento de las olas y toda la gama de la elocuencia del océano». Pero en el prolijo ensayo que se incluyó en la obra Picturesque America (1874), de William Cullen Bryant, se comentaba también que se estaba produciendo una transformación en la remota costa septentrional de Estados Unidos, cada vez más visitada por «la gente rica, que busca junto al océano el solaz veraniego, lejos de las preocupaciones y emociones del resto del año». Los americanos descubrían por aquel entonces la conveniencia de disfrutar del mar. Mientras los menos afortunados se amontonaban en las playas próximas a las ciudades, los ricos acudían a lugares remotos de la costa oriental para restaurar su salud física y mental. A partir de la guerra civil los artistas reprodujeron en sus obras, no sólo la fuerza del mar, sino el atractivo que ofrecían las poblaciones costeras.
Bricher recopiló minuciosamente en sus cuadernos de apuntes de las décadas de 1860 y 1870, y en varios óleos de las décadas de 1870 y 1880, esta actividad humana junto al mar. La mayoría de sus personajes no son masculinos, sino femeninos, pues pinta a mujeres y niños entregados a sus pasatiempos cotidianos después de que el padre de familia hubiera regresado a la ciudad a trabajar. En sus obras figuran mujeres elegantemente vestidas sentadas en la arena o en alguna roca de la playa, a menudo protegidas por sombrillas, mientras los niños juegan en la playa. En algunas ocasiones pinta a mujeres y niños alegres y sociables, compartiendo los placeres de la playa, pero en otras ocasiones las mujeres aparecen remotas y aisladas, solas o en parejas, sentadas sobre alguna roca y contemplando ensoñadoramente el ancho mar.
En el cuadro Contemplando el mar de Bricher hallamos tanto la veneración del mar como las actividades de ocio a las que invita la playa. Una niña, con el sombrero en la mano, contempla el horizonte salpicado de manchas blancas, que son velas de embarcaciones. Detrás de ella, en la arena, se ve una cesta de merienda, lo que sugiere un acto de la vida social, aunque la silueta pensativa de la niña queda empequeñecida por la inmensidad de la roca sobre la que se recorta. La larga figura, extrañamente aislada, confiere una nota enigmática a una composición bañada en la resplandeciente luz de un día de verano. La obra insinúa los alegres pasatiempos de la vida junto al mar, sugiriendo al mismo tiempo la frágil relación entre el ser humano y la naturaleza.
Kenneth W. Maddox