Retrato de un hombre con una sortija
Esta pintura, que ingresó en la colección Thyssen-Bornemisza en 1956, fue durante la primera mitad del siglo pasado objeto de un intenso estudio por dos motivos: su autoría y la identidad del retratado. La obra perteneció a la colección del marqués Boschi, que tuvo su sede en su palacio de Bolonia, donde el retrato estaba en 1763. Después pasó, por herencia, a otros miembros de la familia, hasta su venta, junto con otras obras, en 1858. En 1881 la tabla figura en Londres, en la colección de sir William Neville Abdy, luego en Berlín, en la colección de Leopold Koppel, y finalmente en Bennebrock, en la colección Von Pannwitz, que fue el último propietario antes de su entrada en Villa Favorita.
El óleo se dio a conocer a la historiografía moderna en 1913 y tradicionalmente se había considerado, hasta entonces, un retrato del pintor y orfebre Francesco Francia, identificación esta con la que aparece en los inventarios y descripciones cuando el busto perteneció a la colección Boschi. La pintura inspiró dos grabados: uno de Domenico Santi y otro de Carlo Faucci, de 1763, realizado cuando estaba en posesión del noble boloñés y en el que figura como un autorretrato.
Aparte de una atribución a Ercole de’Roberti de Berenson, Longhi adscribió la pintura a la producción boloñesa de Francesco del Cossa, asignación que fue apoyada por varios historiadores. Roberto Longhi, además, cuestionó el que la imagen representara a Francesco Francia por el atuendo del modelo y por la tipología del retrato. Cook, en 1915, sugirió la posibilidad de que este hombre fuera algún miembro de la familia Este, hipótesis que tuvo también como base la indumentaria del retratado, así como el brillante que muestra en la sortija y que juega con el emblema de esta dinastía italiana. Sin embargo, la pintura para Negro y Roio es un autorretrato de Francesco Francia que guarda parecido con una imagen conservada en el Musée des Beaux-Arts de Angers, que los autores consideran, por su similitud con nuestra obra, un autorretrato de los años de madurez del pintor.
Independientemente de las teorías recogidas, el retrato se inscribe dentro de la moda italiana que se desarrolló durante la segunda mitad del siglo XV, cuando los modelos abandonaron el rígido perfil para aparecer ante el espectador casi de frente. Nuestro protagonista está dibujado con fuerza y en él se perfilan con precisión los mechones del cabello, los ojos, los párpados y el borde de la nariz. La posición de la mano con la sortija y el parapeto donde se apoya, acentúan la profundidad de la composición, y sirven al artista para jugar con la difícil posición que se adopta para el dedo meñique y para la sombra que proyecta la manga sobre el antepecho. El paisaje que sirve de soporte, con extrañas y caprichosas rocas, se ha puesto en relación con el que aparece en el San Vicente Ferrer de la National Gallery de Londres.
Mar Borobia