Gradiva descubre las ruinas antropomorfas (Fantasía retrospectiva)
Cuando en 1929 Salvador Dalí se instala en París, entra en contacto con el grupo surrealista reunido en torno a André Breton. En el verano de ese mismo año, invita a Cadaqués a los surrealistas René Magritte, Camille Goemans, Luis Buñuel y Paul Éluard, con su mujer Gala, de la que Dalí se enamora de inmediato y se convierte en su musa para el resto de su vida. La principal aportación de Dalí al surrealismo sería su «método paranoico-crítico», desarrollado a partir de 1930, según el cual, en base a las teorías freudianas de la interpretación de los sueños, cada imagen podría ser sometida a dobles lecturas: «Es mediante un proceso netamente paranoico —explica el artista— como ha sido posible obtener una imagen doble: es decir, la representación de un objeto que, sin la menor modificación figurativa o anatómica, sea al mismo tiempo la representación de otro objeto absolutamente diferente, desprovisto también de cualquier género de deformación o anormalidad que pudiera revelar algún arreglo».
Gradiva descubre las ruinas antropomorfas (Fantasía retrospectiva) es una pintura generalmente fechada en 1931, pero como ha señalado Christopher Green, al no haber figurado en la importante exposición del artista celebrada en la galería Pierre Collé de París un año más tarde, se debería fechar en 1932, una vez finalizada esta muestra. Gradiva había entrado en la mitología personal de Dalí en 1931, el año que se tradujo al francés el texto de Sigmund Freud El delirio y los sueños en la Gradiva de Jensen, de 1907, una interpretación de la novela de Wilhelm Jensen, de la que simultáneamente apareció una traducción francesa. Para Freud, Gradiva ofrecía una metáfora arqueológica del análisis del deseo reprimido y de inmediato suscitó el interés de los surrealistas, que vieron en la novela una manifestación del poder del sueño y del deseo sobre la realidad.
El relato de Jensen está protagonizado por un joven arqueólogo, Norbert Hanold, que vive obsesionado por la figura de una mujer ataviada con una túnica, Gradiva, que había visto en un relieve clásico. La joven se le presenta en sueños en el momento de la erupción del Vesubio en Pompeya y, cuando visita las ruinas de esta antigua ciudad italiana, se le aparece la misma fantasmagórica figura en tres ocasiones. Al principio considera que se trata de la encarnación de Gradiva, pero más tarde se percata de que es un amor de juventud, Zoe Bertgang, que convierte de inmediato en su «Gradiva rediviva».
Los surrealistas hicieron de Gradiva su heroína y en el caso de Dalí será Gala la que ejerza el mismo efecto curativo, por lo que se convertirá en su Gala-Gradiva. En la obra de la colección Thyssen-Bornemisza, entre las ruinas del paisaje desértico y fantasmal aparecen dos figuras abrazadas, una de ellas parece haberse convertido en una roca. William Jeffett las interpreta como dos representaciones de Gradiva, una la verdadera, la otra la enterrada en los recuerdos del joven Hanold. O lo que es lo mismo, dos representaciones de Gala-Gradiva enterrada en los recuerdos del joven Dalí-Hanold.
Paloma Alarcó