Jinete árabe
El gusto por los temas orientales y exóticos había penetrado en Francia a lo largo del siglo XVIII para acentuarse con la corriente romántica. Delacroix no fue ajeno a los influjos de esa moda aunque, en su caso, el viaje realizado a Marruecos supuso en su carrera un punto de inflexión. Delacroix acompañó, en 1832, al conde Charles de Mornay en su itinerario oficial al norte de África, que incluyó Marruecos y Argel, y que el pintor aprovechó para visitar el sur de España. Este largo trayecto, que se desarrolló entre los meses de enero y julio, lo llevó a desembarcar en Tánger el 24 de enero, para continuar después a Mequinés, donde llegó el 15 de marzo y donde la embajada francesa fue recibida por el sultán Abderramán el 22 de ese mismo mes. A principios de abril regresó a Tánger, para desplazarse a continuación a España y regresar de nuevo a África a principios de junio, cuando visitó Argel y Orán. Esta estancia procuró material al artista para el resto de su vida, ya que realizó un buen número de dibujos y apuntes que usaría en futuras composiciones. Delacroix quedó fascinado por la cultura árabe, y estas impresiones, además de dibujarlas, las dejó reflejadas en sus cartas y en otros escritos. Delacroix descubrió en el continente africano el mundo clásico de los academistas, que aparecía ante sus ojos en los gestos de sus habitantes, en sus costumbres y en sus ropas. Sin embargo, se quejó de no poder dibujar a las mujeres, ya que las del islam le eran poco accesibles y sólo consiguió esbozar a las hebreas.
Entre los diversos motivos por los que Delacroix se dejó llevar, presa del hechizo, se encontraban los caballos. A propósito de ellos comentó que disfrutaba con su estudio y alabó su energía, fogosidad y la rivalidad de la que eran capaces. Este Jinete árabe es otra de las imágenes fruto del viaje del pintor a Marruecos. Fechada hacia 1854, muestra a un árabe sentado en el suelo, con la espada colgada al cinto y un arma entre las manos, descansando delante de un fuego. A su lado un brioso caballo negro, de elegantes proporciones y largas crines, se ajusta a la descripción que Delacroix hizo de estos animales. La tabla se inscribe dentro de una serie de representaciones que el artista nos legó de ese mundo árabe, en este caso jinetes, que captó cabalgando velozmente, en lucha, al iniciar una carrera, o simplemente preparando la montura del caballo; composiciones en las que el pintor no está interesado en transcribir con verismo una realidad, sino en reproducir la materialidad con el color y el movimiento.
La pintura, que está firmada en el ángulo inferior derecho, se ha fechado en un momento en el que Delacroix presta mayor atención a la elaboración de sus fondos. También fue identificada por Moreau- Nélaton con la obra que el 23 de abril de 1854 el pintor menciona en su Journal como «un pequeño árabe sentado y su caballo detrás de él». El óleo entró en la colección Thyssen-Bornemisza en 1972 procedente de la colección de Eduardo Mollard.
Mar Borobia