Mujer ante el espejo
Mujer ante el espejo de Paul Delvaux, que, según Suzanne Houbart-Wilkin, fue pintado a finales de 1936, repite una composición habitual en la producción del pintor: una figura femenina desnuda delante de un espejo. El simbolismo del espejo ha sido un recurso alegórico frecuente en la historia de la pintura occidental, y para Delvaux, como señalaba Konrad Schreumann, «el espejo es fuente de conocimiento, el instrumento que nos descubre nuestra conciencia». Por otra parte, como hacía notar Barbara Emerson, la joven del cuadro no mira al espejo, mientras que la imagen de su propio rostro que le devuelve el espejo, rodeado por una banda de encaje, sí que la mira a ella. Esto es, ambas mujeres son seres reales, ya que poseen miradas independientes. Para Delvaux el espejo será, por tanto, la forma de abrir la imaginación a un mundo más realista que la propia realidad.
La misteriosa pintura de este surrealista belga, cercana al realismo mágico, asienta sus bases en la pintura manierista y barroca y en el simbolismo literario de Gustave Moreau. A esto se debe añadir la huella que deja en él la pintura metafísica de De Chirico y el enigmático surrealismo de su compatriota René Magritte, con quien comparte la deliberada asociación incongruente de los diferentes objetos y personajes del cuadro para producir determinados efectos psicológicos. Las enigmáticas mujeres que aparecen en las obras de Delvaux, cargadas de metáforas a veces difíciles de interpretar, adoptan generalmente el aspecto de esfinges, ninfas o sílfides, en unas composiciones de un erotismo velado. Christopher Green pone en relación esta representación de Mujer ante el espejo con el mito de Edipo y la esfinge, en especial con el tratamiento del tema que hace Ingres en su pintura del Louvre, también ambientada en una tenebrosa gruta. Aquí, la exagerada visión en perspectiva y la forma fálica que adopta el orificio de la cueva también han sido interpretadas en clave erótica.
Paloma Alarcó