Jardin d'amour
En un jardín enmarcado, como un escenario, por los altos árboles, aparecen los personajes de un baile de máscaras. A la izquierda, unos músicos y una pareja que danza; a la derecha, los espectadores con trajes de la commedia dell'arte (como el Pierrot de amarillo) y entre ellos, una reina de corazones. La escena recrea libremente el espíritu del siglo XVIII y especialmente de Watteau, cuya obra fascinó a Ensor desde muy temprano y le inspiraría una larga serie de variaciones. La primera de ellas, Jardin d'amour (1888, aguafuerte y punta seca realzado a la tiza y al pincel con diversos colores) se basaba en Les Jaloux, un cuadro de Watteau desaparecido y del que sólo se conserva una versión grabada. Muchos años después, entre 1910 y 1930, Ensor volvería aún varias veces sobre el tema del Jardin d'amour.
La suave gracia de Watteau parece a primera vista muy distante del humor macabro que asociamos con el nombre de Ensor. Pero los hermanos Goncourt y el poeta Verlaine (en sus Fiestas galantes de 1869) ya habían apreciado en el gran maestro rococó una melancolía crepuscular tocada por la muerte, veta que el decadentismo de fin de siglo no dejaría de explotar. Reconociendo esta deuda, Ensor puso en uno de sus jardines de amor la inscripción: «En recuerdo de Verlaine». Tanto en sus visiones más siniestras como en la más amables, Ensor compartía con Watteau el amor al teatro, los disfraces y los decorados artificiosos, y la concepción de la vida como una especie de ballet fantástico.
Hacia 1910, Ensor trabajaba precisamente en la composición de un ballet-pantomima titulado «La escala de amor» (La gamme d'amour o Flirt de marionnettes), para el cual concibió a la vez el libreto, la música, los trajes y los decorados. Esta obra total se estrenó en Ostende en 1911, pero el artista seguiría creando en torno a ella un fecundo acompañamiento de dibujos con lápices de colores, monotipos y pinturas, a lo largo de más de veinte años.
También las apariciones de este jardín son, como decía el propio Ensor, «figuras de amor, de ensueño y musicales». Nada es definido y tangible; todo se vuelve fantasmagórico en la vaporosa armonía de colores pastel. La hierba, los árboles y el cielo se confunden en una sola atmósfera verdiazul. Las figuras, insinuadas con leves manchas cálidas (rojo, rosa, amarillo...) de contornos temblorosos, surgen de las irisaciones del color para disolverse enseguida, tan efímeras como las notas de una melodía o los pasos de una danza.
Guillermo Solana