Estudio para el "Cristo amarillo"
Fue en Bretaña, en su retiro de Pont-Aven y de Le Pouldu, donde Gauguin empezó a interesarse por los temas religiosos, interés que mantendría hasta el fin de sus días. Atraído de forma natural por el catolicismo, muy sentido en esta provincia, y luego por el estudio de la religión y de los mitos maoríes cuando se fue a vivir a Tahití, abandonó la imaginería convencional para practicar el sincretismo e identificarse personalmente con la figura del Cristo traicionado del Gólgota.
El dibujo del Cristo amarillo es el primer testimonio de esta orientación espiritual y artística. La capilla de Trémalo, en lo alto del Bois d'Amour, a la salida de Pont-Aven, alberga un crucifijo de madera policromada del siglo XVII que sirvió de modelo para esta obra. A Gauguin probablemente le llamara la atención la delicadeza y la dulzura de este Cristo doliente, de brazos extendidos, cuya silueta simplificada dibujó repasando los contornos con un trazo más intenso. Luego, como solía hacer con los bocetos, se centró en un detalle de la composición, realizando un retrato al mismo tiempo detallado y estilizado del rostro de Cristo. El animalillo que aparece abajo a la derecha pertenece a la decoración esculpida con figuras grotescas que remata la parte superior de las paredes de la capilla.
Este estudio sintético y magistral del crucifijo de la capilla de Trémalo sirvió de punto de partida para una obra maestra de la etapa bretona de Gauguin, el Cristo amarillo (Buffalo, NY, Albright-Knox Art Gallery), realizado en otoño de 1889. Imagen de dolor y de misterio, el Cristo de la capilla de Trémalo se convierte, bajo el pincel de Gauguin, en una divinidad incandescente que ya es símbolo de la nueva orientación de su arte: místico, violento, bárbaro. Octave Mirbeau fue el primero que se entusiasmó con este calvario en el que «el Cristo, cual divinidad de Papúa, burdamente tallado en un tronco de árbol por un artista local, el Cristo lastimoso y bárbaro, está embadurnado de amarillo». El amarillo era entonces el color fetiche del artista.
Justo antes de marcharse de Tahití, cuando Gauguin se cuestionaba el sentido y el alcance de su vocación, causa de tantos sacrificios y sufrimientos, el Cristo de la capilla de Trémalo volvió a aparecer en su obra. Puede apreciarse un primer plano del mismo, en forma de cuadro dentro del cuadro, detrás de un autorretrato del artista, y su presencia confiere un sentido metafórico al rostro del pintor. Al asimilar su destino al de Cristo, Gauguin se incluía en la tradición wagneriana, que concebía el arte como una misión superior, necesaria para la salvación de la humanidad, que exigía el sacrificio total del artista. Pero la sencillez casi inocente del Cristo amarillo sugiere igualmente una idea muy importante para Gauguin, la de la redención a través de lo primitivo y lo salvaje.
Isabelle Cahn