Luca Giordano
Nápoles, 1632 -1705
Luca Giordano, cuyo padre, Antonio, también fue pintor, se formó en principio siguiendo la tradición del vigoroso naturalismo de Ribera. Sin embargo, Giordano no tardó en marcharse de Nápoles, tal vez a raíz de la muerte del prestigioso maestro español, acaecida en 1651, y viajó a Roma, Florencia y Venecia con el fin de ampliar estudios. La obra de Giordano está claramente vinculada, aunque tal vez sólo en sentido ideal, con la de Pietro da Cortona en Roma, el gran maestro cuyos antecedentes del siglo XVI había conocido Giordano en Venecia. Tiziano, en particular, le inspiró los estallidos de color de sus obras de juventud, tanto las venecianas (La Virgen con el Niño y las ánimas del purgatorio, c. 1650, San Pietro di Castello) como las que pintó en otros lugares (Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna, El éxtasis de san Nicolás de Tolentino, 1658, en Sant'Agostino degli Scalzi de Nápoles). En 1653, Giordano se encuentra de nuevo en Nápoles, y no tarda en adquirir un estilo original que combina la influencia de Ribera, la de los venecianos del siglo XVI (La Sagrada Familia con los símbolos de la pasión de la iglesia de Santi Giuseppe e Teresa de Pontecorvo, 1660), la de Mattia Preti (El entierro de Cristo, Detroit Institute of Arts, c. 1660) y la de los artistas flamencos, en particular Van Dyck y Rubens (San Jenaro libra a Nápoles de la peste, de Santa Maria del Pianto, Nápoles, c. 1660), artistas que estudió probablemente en colecciones particulares napolitanas.
En 1665 el artista se encontraba una vez más en Florencia, trabajando para los Medici, y también en Venecia. En el año 1667 pintó La Asunción de la Virgen para Santa Maria della Salute; en la década siguiente ejecutó el fresco de la cúpula de Santa Brigida (1678) y la Vida de san Gregorio armenio para la iglesia del mismo nombre (c. 1678-1679) y envió tres retablos a Venecia para la iglesia de Santa Maria della Salute. Para aquel entonces ya era un afamado artista. En 1682 viajó a Florencia donde pintó la cúpula de la capilla Corsini de la iglesia del Carmine y comenzó los frescos de la galería y de la biblioteca del palacio Medici-Riccardi, su obra maestra, que terminó cuando volvió en 1685. El esplendor y naturalismo de este proyecto supuso el reconocimiento de su deuda para con la obra y el estilo de Pietro da Cortona. Giordano vivió en Nápoles durante varios años, pero en 1692 se consumó su fama internacional como artista cuando el rey Carlos II de España le ofreció el cargo de pintor de corte. El número de obras que ejecutó durante la década siguiente supera lo que otros artistas habrían realizado durante toda una vida. Dejando aparte su producción de retablos y ciclos de pintura religiosa al fresco (por ejemplo, los frescos de San Antonio de los Portugueses de Madrid o los del monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe), baste decir que apenas hay un edificio real en donde el napolitano no pusiera su pincel: El Escorial, el Casón del Buen Retiro, la sacristía de la catedral de Toledo, etc. En 1702, después de morir Carlos II, Giordano regresó a Nápoles pasando por Livorno. En los últimos cuatro años de su vida tan enormemente productiva terminó un ingente número de encargos (entre otro, los lienzos para Santa Maria Egiziaca de Forcella y el Encuentro entre san Carlos Borromeo y san Felipe Neri para la iglesia de los Girolamini, en 1704). Por encima de todas sus obras sobresalen las decoraciones para la capilla del Tesoro de la cartuja de San Martino, concluida en 1704. Giordano murió antes de que pudiera terminar los frescos de la sacristía de la iglesia de Santa Brígida, que acabaron sus discípulos basándose en los bocetos del maestro.
Roberto Contini
En 1665 el artista se encontraba una vez más en Florencia, trabajando para los Medici, y también en Venecia. En el año 1667 pintó La Asunción de la Virgen para Santa Maria della Salute; en la década siguiente ejecutó el fresco de la cúpula de Santa Brigida (1678) y la Vida de san Gregorio armenio para la iglesia del mismo nombre (c. 1678-1679) y envió tres retablos a Venecia para la iglesia de Santa Maria della Salute. Para aquel entonces ya era un afamado artista. En 1682 viajó a Florencia donde pintó la cúpula de la capilla Corsini de la iglesia del Carmine y comenzó los frescos de la galería y de la biblioteca del palacio Medici-Riccardi, su obra maestra, que terminó cuando volvió en 1685. El esplendor y naturalismo de este proyecto supuso el reconocimiento de su deuda para con la obra y el estilo de Pietro da Cortona. Giordano vivió en Nápoles durante varios años, pero en 1692 se consumó su fama internacional como artista cuando el rey Carlos II de España le ofreció el cargo de pintor de corte. El número de obras que ejecutó durante la década siguiente supera lo que otros artistas habrían realizado durante toda una vida. Dejando aparte su producción de retablos y ciclos de pintura religiosa al fresco (por ejemplo, los frescos de San Antonio de los Portugueses de Madrid o los del monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe), baste decir que apenas hay un edificio real en donde el napolitano no pusiera su pincel: El Escorial, el Casón del Buen Retiro, la sacristía de la catedral de Toledo, etc. En 1702, después de morir Carlos II, Giordano regresó a Nápoles pasando por Livorno. En los últimos cuatro años de su vida tan enormemente productiva terminó un ingente número de encargos (entre otro, los lienzos para Santa Maria Egiziaca de Forcella y el Encuentro entre san Carlos Borromeo y san Felipe Neri para la iglesia de los Girolamini, en 1704). Por encima de todas sus obras sobresalen las decoraciones para la capilla del Tesoro de la cartuja de San Martino, concluida en 1704. Giordano murió antes de que pudiera terminar los frescos de la sacristía de la iglesia de Santa Brígida, que acabaron sus discípulos basándose en los bocetos del maestro.
Roberto Contini