El tío Paquete
El personaje de este lienzo ha podido ser identificado gracias a una inscripción que la pintura tenía en su reverso en la que se leía: «El célebre ciego fijo». Esta inscripción, que hemos conocido a través de fuentes escritas, desapareció tras la forración que se realizó a la obra después de 1887. El tío Paquete era un famoso ciego de Madrid que solía frecuentar los aledaños de la iglesia de San Felipe el Real, siendo conocido no sólo por su ceguera sino también por sus dotes como cantante y guitarrista. La pintura perteneció al nieto de Goya, Mariano Goya y Goicoechea, pasando después a la colección del conde de Doña Marina, cuando participó en la exposición monográfica dedicada al artista y celebrada en Madrid, en 1900, organizada por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. El óleo se registra después en la colección del marqués de Heredia, último propietario conocido antes de integrarse en la colección Rohoncz en 1935. La tela, vinculada ya a Villa Favorita, se dio a conocer en el catálogo de 1937 y entre 1959 y 1960, fue seleccionada para participar en el tour holandés en el que, por primera vez, se presentó, en las ciudades de Rotterdam y Essen, esta importante colección privada.
El lienzo, por su técnica, colorido y tema, se ha fechado próximo al conjunto de pinturas que decoró la casa de Goya, cerca del puente de Segovia, conocida como la Quinta del Sordo. Esta casa fue adquirida por el pintor el 27 de febrero de 1819 y donada a su nieto Mariano el 17 de septiembre de 1823. Las catorce pinturas que decoraron dos pisos de esta vivienda, hoy en el Museo Nacional del Prado, fueron arrancadas del muro y trasladadas a soportes nuevos por Salvador Martínez Cubells, restaurador entonces del Museo del Prado, siguiendo los deseos del barón Émile d’Erlanger, propietario de la finca en aquel momento.
Goya, en la tela, centra toda la atención sobre el rostro del personaje, grande y redondo, que emerge con fuerza de un fondo negro que ocupa casi en su totalidad. La cara, inclinada hacia un lado, se ejecuta con un fuerte empaste y con una pincelada muy libre, que construye a grandes planos todos los pormenores de una figura fantástica que destila realismo. Este verismo, que casi raya en la crudeza, dibuja unos ojos que reflejan, sin suavizar, la minusvalía del hombre y que se intuyen a través de pequeñas aberturas en sus párpados. El tratamiento descarnado se continúa con la nariz, corta y tremendamente ancha en sus orificios, y con una boca de labios redondeados en la que apenas quedan dientes. La risa sarcástica del hombre, su invidencia, así como las calidades nebulosas de sus facciones, hacen de este busto, de expresión ambigua, una referencia notable del último estilo de Goya. La cabeza guarda semejanza con la de una de las mujeres del óleo titulado Dos mujeres y un hombre, de la serie de las Pinturas Negras, aunque la risa y la expresión de esta figura, a diferencia de nuestra tela, resulta más perturbadora.
Mar Borobia