Barcos en el río Clyde
Las composiciones en las que John Atkinson Grimshaw representa los puertos de la Gran Bretaña victoriana son hermosas evocaciones líricas de la era industrial. Grimshaw plasmó la niebla y la bruma con tanta precisión que se diría que ha captado el frío del aire húmedo y el vaho que cala las gruesas ropas de los escasos personajes que pueblan las primeras horas de una mañana brumosa.
Grimshaw recoge en sus obras las diferentes fuentes de luz, utilizando la luna, las lámparas de gas del interior de los comercios, los faroles y los faros de los vehículos para representar una variedad de reflejos en las aceras y las calles empapadas de agua de lluvia. En Barcos en el río Clyde el chisporroteo de los puntos luminosos procede de una pequeña hoguera encendida a un lado de la calzada, junto a la cual se calientan dos trabajadores de los muelles.
La prosperidad comercial de Glasgow data del siglo XVII, cuando el puerto del río Clyde empezó a importar tabaco, azúcar, algodón y otros productos. Glasgow, situada al oeste del país, tenía un emplazamiento idóneo para luego volver a exportar una gran proporción de estas mercancías a Francia, Alemania, Italia, Noruega, las Indias Occidentales y Norteamérica.
En el siglo XVIII se amplió y excavó el lecho del río Clyde y, ya en el siglo XIX, Glasgow era el puerto más importante de Escocia. Luego se instalaron allí astilleros y hacia 1835 la mitad del tonelaje de los buques británicos se construía en el río Clyde. En el siglo XIX, a consecuencia de las oportunidades laborales que ofrecían los muelles y los ferrocarriles, la población de Glasgow experimentó un fuerte incremento, pasando de 77.000 habitantes en 1801 a 420.000 en 1861.
En sus cuadros, John Atkinson Grimshaw representa el mundo moderno, pero consigue soslayar la deprimente y sucia realidad de las ciudades industriales del norte. Buscaba inspiración en figuras literarias, en particular en lord Tennyson, en las teorías de «fidelidad a la naturaleza» de John Ruskin y en las leyendas celtas y clásicas, que infunden un ambiente de tiempos remotos a sus escenas contemporáneas. Sus composiciones exponen visualmente las descripciones verbales que encontramos en las novelas del siglo XIX, en las que abundan los textos dedicados a la noche, como en Casa desolada de Charles Dickens: «El humo descendía de los cañones de las chimeneas, formando una llovizna suave y negra, con copos de hollín tan grandes como los de nieve; de luto, se diría, por la muerte del sol [...] Y niebla por doquier. Niebla río arriba, donde fluye entre la avena verde y los prados; niebla río abajo, donde rueda entre las hileras de embarcaciones ancladas y la basura del agua de una ciudad grande (y sucia) [...]».
Aunque en este caso Dickens se refiere a Londres, podría perfectamente estar describiendo las características de Glasgow, tal como se pueden apreciar en Barcos en el río Clyde, plasmadas con tanta poesía y delicadeza.
Nicole Ayton