Amanecer en Nicaragua
En su Book of the Artists publicado en 1867, Henry Tuckerman escribe que a Heade le encantaba viajar y que estaba «planeando otro viaje a Sudamérica». El historiador se refería al viaje que Heade hizo a Brasil en 1863-1864 para estudiar los colibríes de este país, y su proyectada estancia en Nicaragua en 1866. Sus «cuadros de escenas tropicales han llamado mucho la atención», observaba Tuckerman; una de estas obras, que plasmaba fielmente la vegetación y el ambiente sudamericanos, recibió «grandes alabanzas por parte de los exploradores que habían regresado del Amazonas, incluidos los Agassiz».
En la decisión de Heade de viajar a Nicaragua probablemente incidiera el libro de Ephraim George Squier Nicaragua; Its People. Scenery, Monuments and the Proposed Interoceanic Canal, publicado por primera vez en 1852 y que, a pesar de su prosaico título, describe en muchos pasajes con efusivo deleite la belleza paradisíaca del país: «El escenario se hizo, si cabe, más hermoso todavía. Nunca me cansaba de contemplar las densas masas de follaje que literalmente forman una bóveda sobre el río y que, bajo la luz oblicua, producen esos efectos mágicos de la sombra sobre el agua que a un pintor tanto le gusta representar». En una carta dirigida a John Russell Bartlett el 29 de junio de 1866 tras su llegada a Greytown, Nicaragua, Heade expresa su intención de recorrer el país: «Dicen que [Bahía Virgen] es un lugar mucho más agradable que éste, sin mosquitos. Desde donde estoy sólo hay unas 14 millas hasta el Pacífico». Pero a Heade le decepcionó la experiencia: «No encontré el país que, según la descripción de Squier, esperaba poder descubrir», escribió, «y me pareció inútil perder más tiempo en aquel lugar [...] No viajé demasiado: fui a Bahía Virgen y de ahí a Granada tomando el barco de vapor. Me quedé dos semanas y me desplacé a lomos de mula hasta Massaya [sic]. No quise llegar más lejos».
Debido a la decepción de Heade, el viaje no generó muchos cuadros. Un lienzo, Lago en Nicaragua (en paradero desconocido), que se expuso en la National Academy of Design en 1867, debía de ser parecido al de Carmen Thyssen-Bornemisza. El articulista del Round Table lo descalificó comentando que el cuadro «tenía miasma suficiente como para contagiarle unas fiebres bajas a toda la galería». Sin embargo, llamó la atención de Mark Twain, que había regresado de su viaje a Nicaragua unos meses después que Heade. La descripción de Twain, aunque se refiere al cuadro más temprano de Heade, se puede aplicar perfectamente a Amanecer en Nicaragua: «Se veía una escena tropical de ensueño -una isla boscosa en medio de un lago de espejeantes aguas, bordeado de una impenetrable jungla de árboles entrelazados con enredaderas y de los que colgaban guirnaldas de flores-, las serenas aguas del lago reflejando en toda su superficie la belleza de la orilla; dos pájaros solitarios volando hacia la lejanía, donde bajo una bruma púrpura dormían relucientes praderas, rocas cubiertas de musgo y una vegetación de abigarrado follaje».
El cuadro de Heade, con su densa niebla que el sol apenas consigue atravesar, evoca el misterioso y sofocante clima de Centroamérica. Twain describía el país en estos términos: «Puertos mágicos rodeados de balanceantes guirnaldas; y extrañas grutas cuya profundidad crepuscular el ojo no acierta a atravesar». Únicamente el solitario velero en el lago indica una presencia humana. Como ha sugerido Theodore E. Stebbins, es posible que los cuadros nicaragüenses de Heade, como Amanecer en Nicaragua, influyeran sobre los paisajes sudamericanos tardíos de su amigo Frederic E. Church. Los últimos cuadros de los trópicos de éste presentan unas vistas más sombrías, más generales y, según Stebbins, «se hace difícil saber si el cambio estilístico de Church se produjo como resultado de su creciente pesimismo o si Heade, cambiadas las tornas, pudo haber empezado a ejercer una influencia sobre él».
Kenneth W. Maddox