Winslow Homer es considerado el pintor americano más importante de la segunda mitad del siglo XIX. Conocido principalmente por sus escenas de mar encrespada, fue uno de los primeros artistas en interesarse por el tema de los bañistas en la playa, puesto de moda por Eugène Boudin en París a mediados de los años sesenta.
Pintor autodidacta, Homer fue permeable a las nuevas corrientes artísticas europeas. Aunque no hay testimonio de que coincidiese con los futuros pintores impresionistas en su viaje a París en 1867, las obras que ejecutó a finales de los años sesenta muestran similares intereses. Escena de playa es una de sus obras más próximas al impresionismo, tanto por su vivacidad de factura como por su luminosidad. Para llevarla a cabo, Homer situó el caballete frente a la línea del mar, pero unos pasos alejado de ella, de modo que la composición queda organizada a base de tres grandes bandas horizontales, casi equivalentes. Apenas hay anécdota y la perspectiva parece aplanada. Pero quizá lo más sorprendente de todo es el protagonismo concedido a los reflejos de los niños en la arena, cuya viveza contrasta con la de las mismas figuras.

JAL

En la exposición de invierno de 1869 celebrada la National Academy of Design de Nueva York, Winslow Homer expuso una obra titulada Marea baja, que un crítico describió como «una playa horrorosa». «En primer plano se ven claramente varios pares de botas de tamaño natural», escribía el comentarista del New York Tribune. «Los dueños de las botas, no mucho más grandes que éstas, chapotean en el agua, aparentemente a unas cuantas varas de distancia. A la obra le falta la sensación de profundidad que justificaría el pequeño tamaño de las figuras o la escasa impresión de agua que dan las olas. Lo único que salva a este cuadro del ridículo es el propósito evidentemente honrado del autor: el deseo de reproducir exactamente lo que percibe el ojo, ni más ni menos».

«Podríamos pasar por alto esta obra sin una palabra de comentario si no fuera porque evidentemente su tamaño y su alarde de color suscitan la crítica, como lo haría la huella de una mano sucia sobre una pared recién pintada», escribía en el New York Mail un comentarista particularmente severo. «Nos resulta sencillamente incomprensible que un artista de reconocida valía en determinado ámbito del arte pueda permitir que este horror salga de su estudio». A continuación procedía a describir el cuadro: «En el lienzo tenemos tres anchas franjas horizontales de color -que recuerdan los estratos en la roca-. La superior es de color gris pardo y blanco sucio, con unos toques aislados -como el mármol de Brachificari-. Representa el cielo. La franja intermedia es de un azul verdoso oscuro, como algunas vetas de carbón que se ven a veces. Aquí y allá se detectan algunas salpicaduras de blanco, que nos recuerdan el cuento de cómo un artista consiguió reproducir los espumarajos de la boca de un perro rabioso que estaba pintando: tirando furioso una esponja sucia contra el lienzo. Esta segunda franja es el mar. La tercera es una banda de marrones variados y representa la playa; y la verdad es que parece una playa, pero es la única zona del cuadro que en sí muestra alguna intencionalidad. El resto da la impresión de que está en el lienzo por puro accidente. Sobre la arena mojada, y sobre la arena seca, y más allá, por aquellos misteriosos lugares blancos, se ven niños bañándose o a punto de bañarse [...]. Pero entre estos personajes hay uno cuya presencia rechazamos. Se trata de una señorita de espaldas y con la melena deliciosamente despeinada, que contempla el panorama de pie cerca de donde se supone que llegaría el agua. No es que su presencia nos moleste porque nos da la espalda, sino por su tamaño, ya que debe medir más de dos metros. Y estamos seguros de que ninguna señorita de su edad y de esa altura estuvo nunca por aquí [...]. En la playa se ven las botas de los niños y otros objetos, y éstos y los estratos componen un cuadro que cubre al menos 360 centímetros cuadrados de lienzo». Hoy en día no existe ningún cuadro de Homer de esas dimensiones. Pero tenemos al menos dos obras relacionadas con él. Una es la Escena de playa de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, que coincide exactamente con la descripción que hace el crítico de los «niños bañándose o a punto de bañarse» y la muchachita de espaldas, desproporcionadamente alta y «con la melena deliciosamente despeinada». Y, como ponen de manifiesto la cabeza y los hombros de una niña agachada a la derecha del cuadro -que se ve entera, aunque en posición opuesta en el centro de la xilografía titulada Marea baja-, parece evidente que se trate de un fragmento de un lienzo más grande. Existe también otro trozo de Marea baja, titulado En la playa, que se conserva en la Canajoharie Library and Art Gallery de Nueva York, y con el que la escena de playa de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza encaja perfectamente por la izquierda. Suponiendo que el cuadro original se hubiera recortado por arriba, por abajo y por los lados, y suponiendo también que las dimensiones que da el crítico sean correctas («al menos 360 centímetros cuadrados de lienzo»), si se unen los dos cuadros existentes tendríamos una obra de aproximadamente 360 centímetros cuadrados.

El 6 de agosto de 1870, en la revista Every Saturday se publicaron dos grabados relacionados con la obra. Uno, Marea alta, era una variación de Eagle's Head, Manchester, Massachusetts (Nueva York, Metropolitan Museum of Art). El otro, titulado Marea baja, contiene grupos de figuras que aparecen en los cuadros de las colecciones Thyssen-Bornemisza y Canajoharie, así como las «botas de los niños y otros objetos», por lo que es de suponer que esté basado en el Marea baja original. El primer propietario de Eagle's Head, William F. Milton, que había adquirido esta obra «inmediatamente» después de que Homer la expusiera en 1870, quiso también comprar su «compañera» Marea baja. Pero cuando «fue al estudio de Homer un par de años después a comprar Marea baja, le dijeron que se había destruido y se había utilizado el lienzo para pintar otra cosa por encima». Poco importa que no se hubiera pintado nada por encima -aunque sí se repintaron algunas partes, como se aprecia en el cuadro de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, en el que se ve, a la derecha, el reflejo en la arena húmeda de las piernas de una figura que ha desaparecido, y en el cuadro de la Canajoharie Library, en el que aparece a la derecha delante de una ola un grupo de figuras del que sólo queda su reflejo-, ni que, como Homer no quiso admitir ante el Sr. Milton, el cuadro se hubiera recortado [fig. 1]. Lo que importa es que, a los pocos años de haberlo pintado, ya no existía en su forma original. La idea general de la obra y su plasmación subsiste tan sólo en un apunte al óleo titulado La playa por la tarde, fechable hacia 1869.

No se sabe por qué Homer recortó este cuadro. Sin embargo, entre los posibles motivos cabe considerar no sólo que se calificara con dureza la obra de «ridícula» y «deforme», sino también que el artista tomara al pie de la letra el comentario del crítico en el sentido de que, aunque no le gustaba Marea baja en su conjunto, al cuadro lo salvaban hasta cierto punto («no sería propio de Homer si no tuviera algún tipo de encanto oculto») algunas partes que constituían «cuadritos independientes deliciosamente planteados».

Marea baja forma parte de un grupo de obras -otro óleo y dos xilografías (además de Marea baja)- que Homer dedicó a las playas de moda de Long Branch, New Jersey, a finales de la década de 1860. Homer, como tantos otros artistas de distintos países en el siglo XIX -por ejemplo, William Powell Frith en Inglaterra o Eugène Boudin en Francia- se dio cuenta de que las playas eran un tema de gran actualidad que, además, se prestaba estupendamente a describir y analizar la naturaleza -clases sociales, tipos y costumbres- de la vida moderna.

Nicolai Cikovsky, Jr

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