La hija del guardacostas
En 1881 Homer viajó a Inglaterra y, tras pasar unas semanas en Londres, se instaló en la aldea de Cullercoats, junto a Tynemouth, en la escarpada costa del Mar del Norte, donde permaneció hasta la primavera de 1882. En esta lejana localidad, situada sobre una colina junto a una modesta bahía, habitaba una pequeña comunidad de pescadores, cuyas costumbres y vidas arriesgadas Homer se dedicó a observar y representar en sus obras. Esta estancia fue para el artista una experiencia tan reveladora, que tanto él como su arte se vieron transformados significativamente.
Durante esos meses Homer utilizó casi exclusivamente la acuarela, que trabajaba con una técnica muy suelta y unos colores sombríos, adecuados al ambiente brumoso propio del lugar. Las mujeres del pueblo, que pronto se convirtieron en protagonistas de sus pinturas, aparecen representadas tanto en medio de sus labores domésticas como ayudando a sus maridos en las faenas de pesca. Kenyon Cox resaltaba en 1914 que «el primer y más importante efecto de la visita a Tynemouth sobre el estilo de Homer es el hacer despertar en él un nuevo sentido de la belleza humana y particularmente de la belleza de la mujer». El propio artista, en un artículo que publicó en 1882, las definía como «criaturas robustas y fuertes con enaguas de franela [...] estaban en la playa toda la mañana vestidas como para un día de prisas en la ciudad».
En La hija del guardacostas, una acuarela fechada en 1881, la protagonista es una de estas mujeres pescadoras, que Homer nos muestra frente a las tormentosas aguas y el nebuloso cielo del Mar del Norte. La escena parece captar el agotamiento de la joven tras largas horas de infructuosa búsqueda, con su corneta, de los supervivientes de algún naufragio o de alguna embarcación perdida en la niebla. Su figura, de proporciones monumentales, que se ven acrecentadas por el punto de vista bajo, está dotada de tal dramatismo que podría considerarse todo un símbolo de la trágica confrontación del hombre con las fuerzas de la naturaleza.
A finales de 1882, al poco tiempo de su regreso a Nueva York, Homer se instaló en Prouts Neck, en la costa de Maine, otra pequeña comunidad de pescadores, donde continuó pintando escenas sencillas con las mismas proporciones homéricas.
Paloma Alarcó