El velo rojo
Cuando, a finales del siglo XIX, el pintor ruso Alexej von Jawlensky se trasladó a Múnich, conoció a Kandinsky y se convirtió en uno de los principales impulsores del arte expresionista. En 1905 expuso con los pintores fauves en el Salón de Otoño parisiense, y años más tarde, en 1921, creó junto a Wassily Kandinsky, Lyonel Feininger y Paul Klee el grupo Die Blaue Vier (Los Cuatro Azules).
En los primeros años de la década de 1910, a la que pertenece esta obra, comenzó su interés por la representación de rostros bajo el impacto que le habían producido en su juventud los iconos rusos. Como casi todos los artistas expresionistas, Jawlensky estaba más interesado en la representación de tipos humanos que en capturar un determinado parecido físico, más propio del retrato tradicional. Por otra parte, su tratamiento de la figura humana fue variando a lo largo del tiempo y su inicial expresionismo evolucionaría hacia formas cada vez más simplificadas, que desembocarían en un tipo de retratos casi abstractos, pintados con apenas unos cuantos planos geométricos de color.
En El velo rojo, realizado en 1912, Jawlensky representa una figura de mujer de medio cuerpo, ligeramente de perfil, con sus formas y facciones delineadas con fuertes líneas negras, que nos evidencian su interés por transmitir la máxima expresividad. La influencia de los iconos es evidente tanto en los colores estridentes como en la simplificación formal, que también nos recuerda a las representaciones medievales de la Madonna. El propio artista reconocía años más tarde esta deuda:«Mi alma rusa estuvo siempre cercana al arte ruso antiguo, a los iconos, al arte bizantino, a los mosaicos de Rávena, Venecia y Roma y al arte románico. Todas estas formas artísticas causaron en mi alma una profunda vibración, pues sentía en ellas el verdadero lenguaje espiritual».
En el reverso de la obra se aprecia una antigua composición del pintor —quizás un retrato de mujer— oculta parcialmente con una capa de pintura oscura.
Paloma Alarcó