Molino cerca de Delft
Entre 1855 y 1860 Jongkind regresa a su país natal, decepcionado por el escaso reconocimiento de su obra en el Salon de París y acosado por sus acreedores. Durante esos años, mantiene no obstante estrecho contacto con París y con sus amigos pintores y marchantes. A partir de su correspondencia habitual con el marchante Firmin Martin sabemos que no pierde el ánimo y que sigue trabajando. Instalado básicamente en Rotterdam, realiza casi exclusivamente vistas de Holanda, prefiriendo algunos temas como los patinadores en invierno, los molinos a orillas de un río, las vistas del puerto de Rotterdam, las de Dordrecht o las de Overschie.
Los paisajes con molinos, heredados de la pintura holandesa de los siglos anteriores, son una constante en su obra. Un cuadro de 1840 representa ya un molino cerca de Overschie, con una composición vertical semejante a ésta. Sin embargo, no es corriente que trate el tema con este formato, pues Jongkind utiliza fundamentalmente el apaisado.
El 11 de mayo de 1857, escribe a Martin que ha comenzado un nuevo cuadro con «un molino en vertical efecto de día y que acabo de dibujar del natural». El 15 de mayo, en otra carta a Martin, precisa que su cuadro representa «un molino lienzo vertical y dibujado del natural cerca de Rotterdam». Jongkind evoca otro cuadro con molinos en una carta a Martin del 11 de junio.
Estas cartas nos informan de que el tema de los molinos está muy presente en la mente del artista; tal vez existiera una demanda de cuadros sobre este tema particular por parte de los aficionados franceses. Jongkind trabaja siempre de la misma manera a lo largo de los años. Unas acuarelas pintadas del natural le sirven de modelo para los cuadros que interpreta dependiendo de su humor. Un mismo boceto puede dar lugar a cuadros idénticos o con diferencias notables.
También se sabe que Jongkind da cabida a cierta fantasía en su interpretación y que sus obras no siempre son fieles al modelo.
Durante su estancia en Holanda, su mejor contacto en París seguirá siendo Firmin Martin, que compra muchos cuadros suyos a buen precio y los revende enseguida con un pequeño margen de beneficio. Jongkind le vende sus obras por un precio de entre 100 y 200 francos franceses y se las hace llegar a través de los ferrocarriles belgo-neerlandeses. Recibe el dinero a vuelta de correo. Al parecer la transacción no tarda más de cinco o seis días. En la subasta organizada en marzo de 1856, después de su marcha a Holanda, los lienzos de Jongkind se venden por importes de 50 a 180 francos y, en septiembre de 1856, Beugniet adquiere un cuadro por 150 francos. Da pues la sensación de que Martin ofrece al artista un precio razonable y le procura sin dilación unos ingresos indispensables para su subsistencia.
Este cuadro de 1857 presenta una hermosísima factura y una equilibrada composición. La silueta del molino, cuya masa queda atenuada por la liviandad de las alas y de la barandilla, ocupa el centro del cuadro. Su verticalidad se ve suavizada por la forma de las nubes en último término, que atraviesan el lienzo en diagonal e introducen cierta agilidad en la composición. El agua, en primer término, brilla como un espejo, con sus pequeñas pinceladas yuxtapuestas, muy anticipadamente «impresionistas». A ambos lados del molino, unos bosquetes y unas figuras se hacen eco y animan este paisaje tan característico de la vida cotidiana holandesa. El espejeo del agua en primer término también se repite por detrás de los árboles y del hombre de la barca, a la derecha. La luz que se refleja en este punto abre la perspectiva hacia un horizonte más lejano, hacia el que se dirige la mirada del espectador.
El tema de los molinos holandeses atraerá durante algún tiempo a Eugène Boudin, Charles Daubigny y Claude Monet, durante sus estancias en Holanda. No cabe duda de que Jongkind no es ajeno a este interés.
Anne-Marie Bergeret-Gourbin