Retrato de dos mujeres y un niño
Thomas Hendricksz. de Keyser fue el retratista más célebre de Amsterdam hasta la llegada de Rembrandt a esa ciudad y el creador de un nuevo tipo de retrato del que esta tabla puede considerarse, por tema y ejecución, un claro ejemplo. Entre los logros de De Keyser se encuentra el haber sabido adaptar el retrato de cuerpo entero al pequeño formato y ambientarlo en contextos cotidianos. Este tipo de representación tuvo una buena aceptación entre la enriquecida y nueva burguesía de la primera mitad del siglo. Al acierto del tema se unió una buena y cuidada ejecución, en la que el autor puso un énfasis especial en el juego de las gradaciones tonales donde predominan las matizaciones suaves. A este pintor se debe también la modalidad de los retratos ecuestres, de dimensiones reducidas, que tuvieron una buena acogida.
La historia sobre la procedencia de esta tabla se debe a Ivan Gaskell, que la situó, con reservas, en la década de 1920, en la colección del general sir Bruce Hamilton. Subastada en Christie’s, Londres, en 1928, fue adquirida posteriormente por dos galerías: Pawsey and Payne en Londres y Caspari en Múnich. Precisamente se obtuvo a través de esta última para la colección Thyssen-Bornemisza, participando en la exposición de Múnich de 1930. A la muerte del barón en 1947, pasó en herencia a su hija la baronesa Adolphe Bentinck, siendo recuperada para Villa Favorita, en 1962, a través de la galería Fischer.
De Keyser sitúa el retrato en un sobrio y oscuro interior del que apenas distinguimos una puerta a la izquierda y una columna de tipo salomónico, sin concluir, justo detrás de la muchacha. Las notas de color proceden de los terciopelos carmines del cortinón y de la silla. En este escenario, y concretamente en su organización, se ha visto la impronta de Rubens. En él tres miembros de una familia aparecen de pie, mirando al espectador, al borde de unos peldaños que nos conducen al interior de la estancia.
De la composición llama la atención el lenguaje de los gestos. Gestos que encontramos en la mujer que sostiene y nos muestra un reloj en su mano, y en el niño, que además de mirarnos, señala con su índice el objeto. El reloj se ha relacionado con el paso del tiempo, y en este caso concreto, se ha vinculado también con la ausencia del padre y del esposo, que ha hecho del único hijo varón el cabeza de familia. Esta ausencia queda también subrayada con la silla vacía al lado del cortinón. Adams, sin embargo, hizo otra lectura y en ella simplemente consideró el reloj como un objeto familiar con un valor sentimental.
Mar Borobia