Dos pescadores en barca en el Marne
Henri Lebasque nace en 1865 en Champigné, una vez finalizados sus estudios en el instituto en Angers, se matricula en la Escuela de Bellas Artes de esta ciudad, pues muy pronto se manifiesta su pasión por la pintura. En 1885, a los veinte años de edad, tras ser declarado inútil para el ejército debido al reúma que padecerá durante toda la vida, llega a París. Estudia con Bonnat pero, para ganarse la vida, ha de dedicarse a tediosos trabajos de decoración, aunque nunca pierde su buen humor, pues su alegría interior jamás lo abandonará.
En 1893, en el Salon des Indépendants, conoce a Luce y a Signac. Acaba de nacer el Divisionismo y, al igual que Cross o que Van Rysselberghe, Lebasque se somete en parte a la influencia de la técnica de Seurat.
Pero Lebasque no tardará en abandonar esta escuela cuyos límites son demasiado estrechos y rígidos para él que, ante todo, aspira a ofrecer a través de sus lienzos su propia visión de la naturaleza. Por otra parte, su amistad con los fauves y con Manguin nunca se impondrá a su personalidad algo esquiva y, sobre todo, tenaz.
Entre 1900 y 1906, ya casado y padre de familia, Lebasque se instala al este de París; los lugares que elige para vivir son primero Pierrefonds y Montévrain, donde se dan cita los neoimpresionistas. Lebasque utiliza ocasionalmente la técnica puntillista. Se traslada con su familia a Lagny, a orillas del Marne, donde permanecerá casi cinco años. Éste es uno de los períodos más prolíficos de su carrera. Allí, siempre marcado por el Impresionismo, da rienda suelta a la felicidad que le produce pintar al aire libre; sus lienzos reflejan ya toda su alegría de vivir. Sus paisajes, deslumbrantes o delicadamente matizados, están llenos de frescor, al tiempo que plasman la suave luz de Île-de-France. En el valle del Marne, encuentra una multitud de paisajes sencillos y risueños, un río que fluye lentamente entre orillas herbosas y a menudo pobladas de árboles; la luz se filtra suavemente, como si estuviera húmeda, y confiere a sus cuadros un delicado encanto. Además, en la región de Lagny, Lebasque conoce a Pissarro y la luminosidad de éste le influye más que los recuerdos de las enseñanzas de Bonnat.
Lleva una vida muy sencilla, dedicado a observar la naturaleza y sus cambios en función de la hora y los días. Con esa tranquilidad, su talento se va formando y consolidando cada vez más. A lo largo de estos años laboriosos, Lebasque pinta en numerosas ocasiones las riberas del Marne, bajo un cielo de delicadas y matizadas tonalidades mediante las cuales expresa la profunda sensación que le produce la suave luz de Île-de-France, evocada igualmente en los cuadros de Sisley. Los susurrantes árboles, a través de cuyas ramas se filtra la luz, enmarcan estos paisajes en los que las praderas se extienden luminosas en la perspectiva.
Nadie ha sabido ofrecer mejor explicación sintética de Lebasque y de su pintura que Louis Vauxcelles en el catálogo de la exposición celebrada en 1938 en la Galerie Pétridès: «Lebasque, tan inteligente como conmovido, espontáneo, con una rica cultura personal, no dejaba de reflexionar sobre los principios y las condiciones de su Arte. La técnica, el estudio de la forma, la preocupación por el equilibrio, la cadencia, todo ello le obsesionaba. Sin embargo, había conservado el don divino de la infancia, maravillándose ante el inefable espectáculo de la Naturaleza, y sabía que, para un poeta, 'decir no a la naturaleza es locura', según la expresión de Nietzsche. Pintaba como el pájaro canta, cuando el pájaro canta afinadamente -un dibujo ágil, expresivo, elegancia de los arabescos, frescura y diafanidad, transparencia de las sombras [...]».
Lebasque se cansa muy pronto del Puntillismo sistemático, monótono, impersonal, cuando la fantasía y el propio temperamento del pintor no contrarrestan el rigor de la teoría. Precisamente ante los paisajes a orillas del Marne en Montévrain y Lagny, contemplando las amplias y serenas vistas en las que fluye un espejeante río bordeado de vegetación, el artista pinta en 1903 este cuadro titulado Dos pescadores en barca en el Marne, en el que da rienda suelta a su espontaneidad.
Paisajista nato, Lebasque es algo más que eso: tiene demasiada sensibilidad para que sus cuadros se queden «inhabitados». En este caso no ha podido dejar de incluir una barca en la que se encuentran dos pescadores. En Lebasque, la calma y la serenidad no excluyen la vida, aunque se trata de una vida protegida por la vegetación, como enmarcada por ésta. El pueblo y su campanario están presentes, en último término, como si quisieran reflejar la perfecta comunión entre la naturaleza y sus habitantes.
Denise Bazetoux