La boda en St. Etienne du Mont
Aunque participó con tres cuadros en la primera manifestación pública del grupo impresionista, la famosa exposición en el boulevard des Capucines en abril de 1874, Stanislas Lépine nunca fue un impresionista. No pretendía plasmar el plein soleil con los efectos brillantes de color característicos del Impresionismo; se mantuvo fiel a un lenguaje pictórico tonal de gamas atenuadas. En sus envíos al Salón oficial, figuró desde 1866 como «alumno de Corot», maestro a quien admiraba fervientemente, y toda la crítica de la época reconoció en su obra esta devoción. También se adivina la huella de Jongkind en sus vistas de los puertos de Normandía o la de Daubigny en sus paisajes fluviales.
La pintura de Lépine apenas evolucionó a partir de la década de 1860, lo que sumado a su costumbre de no fechar sus obras hace muy difícil ordenar cronológicamente su producción. Pero ésta se puede distribuir en tres grandes grupos temáticos. En primer lugar, los puertos de Caen y Rouen y en general la costa de Normandía. En segundo lugar, los paisajes de los alrededores de París, especialmente de las orillas del Sena y el Marne. El tercer grupo es el de las vistas urbanas de París, en particular del río, de sus quais y sus puentes, pero también de las calles de Montmartre, donde Lépine vivió muchos años.
En el catálogo razonado de la obra del artista, esta pequeña tabla figura junto a otras dos versiones del mismo tema (y con el mismo título) ejecutadas hacia 1878-1880: otro apunte sobre tabla (24 x 14, 5 cm) y una tela mayor (56 x 18). El pequeño formato de la obra que comentamos no la hace insignificante, ni menos reveladora del talento de su autor. Como ya observaron los críticos de la época, es en los pequeños estudios donde se revelan las mejores cualidades de Lépine, la espontaneidad y la delicadeza de su factura, que suelen perderse cuando agranda las composiciones de sus bocetos para los cuadros destinados al Salón.
En el plano temático, Boda en St. Étienne-du-Mont anuncia un cierto giro de la pintura de Lépine en la década de 1880. En esos años, en efecto, pintará una serie de escenas de parques y jardines de París (el Trocadero, el Luxembourg, las Tullerías) donde demuestra un interés, hasta entonces muy raro en él, por la anécdota: parejas paseando, escolares que juegan, nodrizas con niños, etc. También esta Boda en St. Étienne-du-Mont entraña un componente anecdótico e incluso sentimental, aunque la distancia que nos separa de la escena desdibuja sus detalles. La composición del cuadro viene dictada por la arquitectura. En función de ella, Lépine adopta aquí (contra lo habitual en sus paisajes) un formato vertical y un esquema dinámico en forma de flecha hacia arriba. Los invitados a la boda se distribuyen por la escalinata de la iglesia siguiendo el perfil escalonado de la fachada.
En cuanto a la fachada misma, Lépine no se demora en los detalles y nos ofrece una visión sintética de las masas de los tres frontones. Podría decirse que el tratamiento se sitúa a medio camino entre un precedente de virtudes clásicas como La catedral de Chartres (1830) de Corot y la disolución de la arquitectura en las catedrales de Rouen de Monet en los años noventa. La iglesia de Saint Étienne-du-Mont (cuya primera construcción, del siglo XIII, fue reformada y ampliada en el siglo XVI) había sido edificada junto a la iglesia abacial de Sainte Geneviève, y al ser destruida esta última en 1807, su fachada se quedó exenta con la curiosa disposición asimétrica actual. Esta asimetría, combinada con el skyline de la ciudad, le sirve a Lépine para enmarcar un pedazo de cielo vacío, donde recrea, con matices blancos, azules y gris perla, la luz suave y difusa de París que siempre le fascinó.
Guillermo Solana