El mercado de Château-Thierry
En 1888 Lhermitte hizo una serie de ilustraciones para un libro titulado La vie rustique, escrito por André Theuriet. En la introducción el autor escribía: «Queríamos mostrar al campesino tal como nosotros lo conocíamos -Lhermitte en la ribera del Marne y yo en los valles de la Meuse- y pintarlo con absoluta sinceridad, evitando tanto el sentimentalismo de aquellos que se inventan una vida idílica como el brutal y falso parti pris de la denominada escuela naturalista. Nos proponemos esbozar los principales actos del drama rural: la siembra, el laboreo, la henificación, la cosecha y la vendimia; queríamos describir la soledad de la alquería, las actividades de la vida de aldea, las diversiones dominicales y las preocupaciones de los demás días de la semana». En pocas palabras este texto indica exactamente el puesto que ocupa Léon Lhermitte en el arte francés de finales del siglo XIX. No pertenecía al popular movimiento artístico postromántico que divulgó una serie de imágenes estereotipadas de la vida rural en Europa en una interminable repetición de temas archiconocidos. Pero tampoco era miembro de la vanguardia artística. Se negaba a que lo clasificaran como naturalista, es decir, como pintor realista cuya obra pudiera relacionarse con la de algunos revolucionarios militantes, tales como Gustave Courbet.
En 1879, año en el que pintó El mercado de Château-Thierry, Degas lo invitó a participar en la exposición de los impresionistas, pero Lhermitte declinó la oferta. Vincent van Gogh escribió desde La Haya a su hermano Theo en París para decirle que le encantaría ver algún cuadro de Lhermitte. Decía que el secreto de Lhermitte no era otro que su profundo conocimiento de la figura humana, y en particular del tipo sobrio y robusto del trabajador, y que extraía los motivos de sus obras del corazón de la gente. En otra carta, Van Gogh comparaba a Lhermitte con Rembrandt, por su maestría y su magnífico modelado. Las obras de Lhermitte se mostraron en las exposiciones de la Secesión en Múnich, junto con las de Liebermann y Von Uhde, y en Viena; se reprodujeron, además, en la prestigiosa revista Ver Sacrum editada por Joseph Hoffmann, Kolo Moser y Gustav Klimt.
Lhermitte tenía especial predilección por las escenas de mercado, que aparecen frecuentemente en su obra. En 1876 pintó La lonja del pescado de Saint-Malo; en 1877, El mercado de manzanas de Landerneau (en la actualidad en el Philadelphia Museum of Art), y también ese mismo año El mercado de Ploudalmézeau (en la actualidad en el Victoria and Albert Museum de Londres). En 1878 siguió con Pescaderas de Saint-Malo (en la actualidad en la Tweed Gallery, Universidad de Minnesota, Duluth), y su más famosa escena de mercado, la que hizo para el nuevo Hôtel de Ville de París, Les Halles (en la actualidad en el depósito de Ivry del Musée du Petit Palais. Hacia 1895 dibujó también los mercados de Villeneauxe y Nuremberg. Repitió el tema del mercado de Château-Thierry en algunos apuntes al carboncillo en los que mostraba la plaza del mercado desde diferentes ángulos, a veces incluso desde un punto de vista más elevado. Todas estas variaciones son posteriores al óleo.
La figura de Lhermitte ha de situarse entre Millet y la Escuela de La Haya, entre Jozef Israëls y Anton Mauve. En 1909 expuso en Londres, en la French Gallery, junto con Harpignies, Israëls y Jacob Maris. En aquella ocasión Edward Strange escribió: «Desde el punto de vista técnico, su fuerza reside en el dibujo; cuestión nada despreciable en unos tiempos en los que reina la pintura».
Lhermitte nos ofrece una preciosa imagen de la vida rural cotidiana en Francia: una señora joven supervisa con ojo crítico la compra de verduras en compañía de su hija, a la que lleva en brazos una niñera, y de su cocinera, que lleva una cesta y una cántara para la leche o la nata. La vendedora de quesos a la derecha tiene tiempo para charlar con una mujer que vende repollos; en mitad de la plaza descubrimos a otra elegante dama con una sombrilla, y a un anciano caballero que admira una planta en un tiesto, que bien pudiera ser el notario del pueblo, o incluso el alcalde. Lhermitte no deslumbra a su audiencia con un alarde de virtuosismo, sino que observa serenamente el tema y traslada sus agudas observaciones a una escena impregnada de profunda humanidad.
John Sillevis