Tocador de Jacques-Émile Blanche
En 1888, Lobre alcanzó una cierta consagración en el Salon, al ganar una mención honorífica y una bolsa de viaje. Durante el verano pasó una temporada en Dieppe (Normandía), en la casa donde su amigo el pintor Jacques-Émile Blanche vivía largas temporadas y que desde 1885 era un punto de encuentro para artistas franceses e ingleses como Degas, Whistler y Sickert. En un pastel de Degas pintado en el verano de 1885 (Providence, RI, Museum of Art, Rhode Island School of Design, inv. n.º L 824) aparecen Blanche, Sickert, Henri Gervex y otros amigos en el jardín de la casa de Blanche en Dieppe.
En su libro La maison d'un artiste, dedicado a describir sus colecciones, el novelista Edmond de Goncourt advertía: «Yo tengo la particularidad, cuando me peino o me cepillo los dientes, de que me gusta ver en la pared, durante estas operaciones tediosas, un pedazo de papel coloreado o un tiesto de cerámica que se irisa, que relumbra, que refleja la luz en los colores de las flores. Y por eso mi cabinet de toilette está literalmente cubierto de porcelanas y de dibujos al gouache». Artista culto y coleccionista no menos refinado que Goncourt, también Blanche envuelve cada escenario de su vida (hasta el cuarto de aseo, como en este caso) con piezas exquisitas: los cuadros, las alfombras, la chimenea decorada, que enmarca unas flores en un jarrón. Junto al lavabo hay una silla de los talleres de William Morris; en la pared se distinguen una estampa japonesa y un pequeño paisaje whistleriano. Los espejos nos permiten vislumbrar el resto de la habitación y configuran un pequeño laberinto misterioso.
En este cuadro de su mejor época, Lobre se revela como lo que esencialmente era: un intimiste. El célebre crítico Félix Fénéon describía así las obras que el pintor exponía en el Salon de 1889: «En sus interiores verde claro, tranquilos, familiares, con sus cuadros en la pared y sus muebles de la época de Luis Felipe, Lobre sigue situando unos seres graciosos y frágiles: aquí una chiquilla ante la gran mesa circular donde toma café; allá una chiquilla, vestido azul claro, cinturón azul oscuro, vasto sombrero capote, una chiquilla de prematuro aire whistleriano, que va a desaparecer». Esta última alusión parece referirse al cuadro que nos ocupa. La adolescente sintetiza toda la atmósfera delicada del interior y encarna la fugacidad, la vida humana como perpetuo tránsito. Para Lobre, lo fugitivo es una experiencia óptica, como en los impresionistas, pero también una punzante vibración del alma. Desde un rincón del cuarto, la mirada del artista sorprende el momento en que la puerta se abre y la luz revela a medias los tesoros de la estancia, hace brillar las superficies y provoca un teatral juego de sombras. En ese momento, la muchacha se vuelve y nos mira con una expresión ambigua. Es sólo un instante: muy pronto ella saldrá de la estancia, cerrará la puerta tras de sí y todo se desvanecerá en la oscuridad.
Guillermo Solana