Vista de Notre-Dame, Paris
Nacido en París en 1865, Gustave Loiseau pasa brevemente por la École des Beaux-Arts, aunque sus verdaderos maestros son, sin lugar a dudas, los pintores impresionistas. A partir de 1889, Loiseau visita en varias ocasiones Pont-Aven, donde, al igual que su amigo Maxime Maufra, conoce a Gauguin. Éste último le regala uno de sus bodegones, Flores, lirio azul, naranja y limón (Boston, MA, Museum of Fine Arts), como recuerdo de este encuentro. Sin embargo, el artista se muestra poco sensible al sintetismo en sus lienzos, en los que se le ve mucho más próximo al Impresionismo tradicional. Gustave Loiseau pinta los lugares que Monet, Pissarro y Sisley ya han plasmado en sus obras. Siente predilección por los paisajes de Île-de-France, como Pontoise o las orillas del Sena y del Oise, los acantilados normandos y las vistas de París. La galería Durand-Ruel representa a Loiseau a partir de 1897; el pintor, al igual que Maufra, pertenece plenamente a la segunda generación impresionista. Loiseau hace gala de un gran talento en la descripción de efectos de luz llenos de delicadeza, prefiriendo los ambientes de bruma, de escarcha o de nieve; estas sutiles interpretaciones lo alejan de sus contemporáneos postimpresionistas y fauves, fascinados por la oposición de colores puros e intensos. Cuando en 1911 Loiseau pinta esta Vista de Notre-Dame, vive en el quai Saint-Michel y es muy probable que ejecute el lienzo desde el edificio situado en la esquina del quai Saint-Michel con la place du Petit Pont, donde en la actualidad se encuentra el Hotel Notre-Dame. El puente que se divisa a lo lejos indica que el artista se ha situado en la orilla izquierda del Sena y que ha adoptado un punto de vista ligeramente elevado. Parisino de nacimiento, Loiseau ha vivido su infancia en la Isla de San Luis y conoce al dedillo el barrio de Notre-Dame. La comparación de la vista actual con la del lienzo pone de manifiesto una observación muy minuciosa del lugar tal como era entonces. En primer término, en el eje del borde derecho de la fachada, vemos sobre su pedestal de piedra el monumento de bronce dedicado a Carlomagno, que Charles y Louis Rochet erigieron en 1882. Los cinco plátanos alineados a la derecha del monumento, así como los dos jóvenes castaños colocados en un segundo plano, han crecido tanto que ocultan el jardín y los edificios situados junto a la catedral, a la derecha. El único cambio notable es la ampliación del atrio de la catedral en detrimento del espacio verde, cuyos límites comienzan más allá del monumento a Carlomagno. Del lado del Sena, también se redujo el jardín con ocasión del arreglo de las orillas, y en la actualidad se limita a una estrecha franja de tierra. Este lienzo evoca los cuadros sobre el mismo tema que pintaron Luce, Matisse o Marquet a principios de siglo. Pero además y sobre todo recuerda la magistral serie de la Catedral de Ruán de Monet, de 1893. Frente a los encuadres parciales y más próximos de Ruán que representa Monet, Loiseau opta por un punto de vista más distante, ofreciéndonos una imagen del monumento en su conjunto. De este modo, la composición resulta mucho más tradicional, a pesar del formato inusual del lienzo, casi cuadrado y que se adapta a las proporciones de la fachada de la iglesia. La composición, en la que dominan las líneas horizontales y verticales, permite realzar los volúmenes de la catedral, al tiempo que suscita enérgicos contrastes de sombra y de luz. Siguiendo el ejemplo de Monet, el artista recurre a una textura densa, rugosa, incluso empastada, que expresa la solidez y el peso de los muros. A juzgar por las copas rojizas de los jóvenes plátanos del primer término y por la luz dorada que baña el conjunto de la escena, Loiseau pinta el lienzo en otoño.
Marina Ferretti