Yonne, la carretera de Vermenton
Maximilien Luce muestra desde muy temprano y durante muchos años un vivo interés por el mundo del trabajo. Es hijo de obrero: su padre, carpintero de carros, llegará a ser empleado de ferrocarriles. Ha vivido su infancia y adolescencia en medio del bullicio de las calles en el popular barrio de la Gaité, donde queda marcado por el espectáculo de los obreros, del trabajo, de la dura lucha por la subsistencia diaria. Por consiguiente, es natural que se sienta atraído por la representación de los obreros, de las fábricas, de los estibadores, de los albañiles, etc. El artista plasma la febril actividad y la negritud de las ciudades del norte, de los puertos, de los altos hornos [...]. No obstante, aunque Luce siempre muestra cierta predilección por la vida de los trabajadores, aunque disfruta desmenuzando escenas de trabajo y de los astilleros, en cuanto se aleja de la ciudad también sabe entregarse con deleite a la emoción que le provoca la naturaleza. En 1906 la familia Luce veranea en Bessy-sur-Cure, en la encantadora región del Yonne. Allí regresarán tres veranos seguidos
y Luce pintará deliciosos paisajes con el estilo que le caracteriza, alejado de los fundamentos teóricos del Divisionismo, aunque sin renunciar a la composición y a la manera de plasmar la luz propias de éste. Tras habernos mostrado los altos hornos de Charleroi, la vida y el trabajo en las calles de París y en los muelles, Londres bajo la bruma y el soleado Midi francés, Luce pinta ahora con fruición horizontes despejados y luminosos, caminos soleados y la verde campiña. Como si quisiera descansar de los tristes paisajes de las fábricas, el pintor plasma los serenos paisajes de Borgoña, los ríos de límpidas aguas, las orillas por las que da gusto pasear sin prisas. En esta región del río Cure halla todo aquello que ama y le serena. Paul Jamot escribe en un suplemento de la Gazette des Beaux-Arts del 23 de febrero de 1907, con ocasión de la exposición que se celebra en la Galería Bernheim: «A Luce le encantan la primavera y el verano, la suavidad de los primeros días de buen tiempo, la suntuosa frondosidad de los follajes de julio, la paz de los crepúsculos calurosos, las nubes ligeras que se ven correr a través de las ramas floridas, [...] la última luz del día y de la estación. Ama los árboles que se reflejan en las aguas claras de un río, los prados color esmeralda, los puentes de piedra cuyo arco es como una ventana abierta en medio de un paisaje, los sauces de nudoso tronco y delicado follaje, los pueblos que se ven tan apacibles por un claro de los árboles, los álamos que oscilan bajo la brisa, las amplias llanuras, las grandes carreteras [...]».
En Borgoña, Luce pone de manifiesto que, además de ser el enérgico pintor de las fábricas y de las forjas, tiene una gran sensibilidad que le hace amar las cosas de la vida. El autor encuentra el tema de este Sendero umbrío, pintado en 1905, cerca de Bessy. Los paisajes que el artista pinta en la Cure son probablemente los que han suscitado más admiración: Luce expresa en ellos toda su emoción y además todo su talento. Ante este sendero umbrío sentimos al mismo tiempo el frescor de los árboles, a cuya sombra da gusto sentarse, y el calor del verano cuyo sol se filtra a través de las ramas para arrojar su luz sobre este sendero por el que dos niñas pasean tranquilamente. En La carretera de Vermenton de 1906, Luce nos ofrece un espacio abierto y también la tranquilidad del descanso al borde de la carretera, a la sombra de grandes árboles. Volvemos a encontrar la composición en diagonal a la que tan aficionado es el artista y que dota al paisaje de perspectiva; también nos muestra algunas casas típicas de la región; al fondo, la loma confiere al cuadro gran profundidad.
Denise Bazetoux