El pintor anónimo de origen alemán, conocido como el maestro del Juicio Final de Lüneburg, activo en la segunda mitad del siglo XV, recibe su nombre de un conjunto de frescos, que se encuentran en el Ayuntamiento de esa ciudad. Este retrato es una de las obras más interesantes de la colección por su simbología. El joven protagonista, del que desconocemos su identidad, posa de medio cuerpo y porta en una mano un pequeño pergamino que podría tratarse de una partitura musical, mientras en la otra parece sujetar una de las flores bordadas de la cortina verde, que divide la habitación en dos espacios. Al fondo del recinto hay una pared de sillares, con tres detalles que, junto el anterior, podrían ser claves para la identificación del retratado. Los dos primeros los encontramos en la ventana, dos escudos aún sin identificar, y una escultura que representa a Sansón luchando con el león y que es una prefiguración de la victoria de Cristo sobre el demonio. Como dato curioso señalar la mosca pintada en la parte superior de la ventana.

NR

Este retrato ingresó en la colección Thyssen-Bornemisza en 1929 y, un año después, figuró en la exposición de Múnich que dio a conocer esta importante y hasta entonces desconocida colección privada. Su participación en la muestra, ya que la pintura hasta aquel entonces había permanecido inédita, suscitó el interés de la crítica, que posteriormente la analizó tanto desde el punto de vista estilístico como iconográfico. La tabla desde 1930 ha estado atribuida tanto a maestros anónimos como a pintores conocidos. Así, en el catálogo de la exposición de Múnich, se publicó como obra de Michael Pacher, propuesta sugerida por Mayer, aunque Biermann la asignó a un maestro anónimo del Alto Rin. A estas sugerencias siguieron otras, como la del Maestro del Halepaghenaltar, un pintor anónimo del norte de Alemania, el Maestro de Lübeck y la escuela de Bernt Notke. Hans Georg Gmelin, en dos estudios, uno de finales de 1968 y otro de 1985, fue quien integró la pintura al catálogo del Maestro del Juicio Final de Lüneburg.

La puesta en escena de ese retrato tal vez sea una de las más interesantes del Museo. El personaje, del que desconocemos su identidad, se presenta de medio cuerpo en un sobrio interior. El joven, detrás de lo que puede ser la tarima de una mesa, de la que se han dibujado hasta sus vetas, juega en su encuadre con el marco original de la pintura. En una mano sostiene un pequeño pergamino que se ha creído, con reservas, que es una partitura musical, mientras que con los dedos de su mano izquierda hace un gesto retórico con el que parece que sostiene una ramita de flores del estampado de la tela que se usa para dividir la estancia. El fondo del recinto, del que se ha aprovechado un esquinazo para emplazar al modelo, es un severo muro de sillares desnudos donde destacan tres elementos intencionados. Los primeros los encontramos en la ventana emplomada: los dos escudos del cuerpo central del vano y una mosca de gran tamaño. El tercero es una pequeña escultura sobre una ménsula en la que se representa a Sansón luchando con el león. Estos detalles, así como otros pormenores meditados que el pintor introduce en la obra, como la cortina descolgada de su barra justo al lado del personaje, el gesto que éste hace con una mano y el papel que sostiene, son pistas para desvelar la identidad del retratado. La escena del Sansón abriendo las fauces del león se interpreta desde la perspectiva religiosa como una prefiguración de Cristo vencedor del demonio. En cuanto a la mosca, insecto que aparece en representaciones religiosas y profanas desde la segunda mitad del siglo XV hasta el primer cuarto del XVI, tal vez tiene un valor ilusionista, de trompe l’oeilo de talismán. También era un remedio que evitaba que los insectos se posaran en las capas de pintura aún frescas y dejaran su huella. La obra, en 1997, ha sido atribuida, con interrogación, al pintor de Hamburgo Hinrik Borneman.

Mar Borobia

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