El sembrador
Aunque a partir de 1900 la datación de las obras de Henri Martin sea más bien cuestión de archivos que de diferencia de estilo o tema, se podría fechar este lienzo entre 1914 y 1920. Y es que Martin no residía en el campo más que desde Pascua hasta las vendimias (excepto durante la Primera Guerra Mundial, cuando a menudo se retiró a Marquayrol) y la época de la siembra no coincide con este período.
Desde el punto de vista técnico, la aplicación de la materia pictórica que podría relacionarse con el Impresionismo o con el Neoimpresionismo por la materialidad de la pincelada no es de hecho para Martin más que una técnica al servicio del dibujo y de la composición que se sitúa y seguirá situándose a lo largo de su vida dentro de una estética clásica.
Sincero y en profunda simbiosis con el mundo del trabajo, tanto urbano como rural, al artista le gusta pintar al ser humano y su tierra según el ritmo de las estaciones, como lo pone de manifiesto su correspondencia con Le Sidaner, pintor de brumas y de la noche y, al parecer, amigo íntimo y compadre. En estas cartas, Martin evoca, con una emoción cotidiana, los azules, violetas, verdes y ocres que dibujan el paisaje circundante.
En el cuadro de El sembrador la luz del Quercy, en este caso matinal, vibra sobre «el ademán augusto del sembrador» (Victor Hugo) y su silueta proyecta sobre la tierra una sombra violeta que acentúa la dinámica del personaje que va a salir del campo de visión, confiriéndole una presencia real.
Este lienzo, pintura de caballete del natural, forma parte de los incontables estudios que componen el material iconográfico y formal cuyo tema se incluye en las grandes decoraciones. El caso es que en la tipología de los trabajos del campo de Martin, encontramos muy frecuentemente el labrador, el segador, el vendimiador, el campesino o la campesina que recogen el heno, pero que sepamos, a pesar de todo el simbolismo que se le da, no aparece nunca el sembrador, de ahí el interés de esta obra.
Catherine Coustols