El movimiento surrealista al que se vinculó el pintor chileno Roberto Sebastián Antonio Matta por un tiempo, sobre todo durante los años del exilio neoyorquino, fue languideciendo una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, hasta desaparecer, aunque su espíritu permaneció latente en ciertos aspectos del automatismo de los nuevos lenguajes abstractos. A su regreso a Europa, Matta comenzó a trabajar en lienzos de grandes formatos y en algunos murales —como los que hizo para las brigadas muralistas de Chile—, y su pintura, que nunca se decantó por la abstracción, afianzó su parte más visionaria al tiempo que fue mostrando un progresivo sentimiento de concienciación social a raíz de la aparición de los movimientos políticos y sociales surgidos con motivo de la guerra de Vietnam. «Mis cuadros —escribe Matta— son un ejemplo de ese conflicto entre la necesidad de cambiar el mundo y la vida de los demás y la necesidad de cambiar mi vida».
En un texto escrito en 1965, Matta declara que el artista se ha convertido en un «proscrito», en el repudiado que debe conseguir la toma de conciencia por parte del espectador:
«“El proscrito que deslumbra” es la idea de un personaje que existe en los cuentos y en toda clase de situaciones: se le odia y, al mismo tiempo, no se puede prescindir de él. Por ejemplo: Marat en la Revolución francesa, o Trotsky en la Revolución rusa. Son seres que, a pesar de haber sido excluidos, continúan deslumbrando.
»La función del artista en nuestra sociedad consiste en ser este personaje deslumbrador y repudiado, como el niño del cuento de Andersen, que es el único que dice que el rey va desnudo. Esta situación de denuncia del escándalo hace de él un minoritario. No se trata, pues, para el artista, de establecer un relación entre un azul y un verde: estos cuadros estéticos son más o menos poseídos por aquellos que los contemplan. Yo quiero, al contrario, inquietar, para que el que contempla se convierta en minoritario. Deseo que este espectador, en lugar de poseer el cuadro, sea poseído por él, que sea bombardeado por una enorme cantidad de conciencia que le llegue de todas partes. Así, atrapado en una situación insoportable a causa de esta pintura, se ve obligado, también él, a realizar un acto poético de creación para hacerla suya: asediado por lo real, se siente vencido y, por tanto, reflexiona.
»Esta toma de conciencia, este acto de liberación, podrá afirmarse en él poco a poco, hasta convertirse en una actitud revolucionaria.
»Es entonces cuando se establece el diálogo con el artista. “El repudiado deslumbrante”, como le he llamado, dificulta, aparentemente, la vida, puesto que quiere inquietar; pero lo hace para que sea más clara, más lúcida. Más bella».
Ésta es la idea central del ciclo El proscrito deslumbrante, un conjunto de cinco grandes lienzos que, con un sentido espacial y cósmico, representan diversas galaxias y formas amorfas de materia orgánica, propias del mundo de la fantasía. En su primera presentación al público en la Galerie Alexandre Iolas de París en 1966, dos de los lienzos de la serie, Donde mora la locura A y Donde mora la locura B, se mostraban horizontalmente suspendidos en el techo, de modo que formaban una caja con los otros tres que colgaban de las paredes. El espectador se veía obligado a sumergirse en el universo pictórico de Matta, un universo hermético y alucinatorio, cargado de referencias literarias, espirituales y artísticas, que, como decía Marcel Duchamp, «nos descubren regiones del espacio hasta entonces desconocidas para el arte». La similitud de estas imágenes con la visión que tiene el feto de la placenta y las glándulas y líquidos de la matriz convertían aquella instalación en la representación simbólica del útero materno.
Paloma Alarcó