Sin título
En 1937 Salvador Dalí, por indicación de Federico García Lorca, envió una carta a André Breton presentando a su amigo Roberto Sebastián Antonio Matta Echaurren. El pintor chileno, conocido normalmente por Matta, se encontraba desde 1933 en París trabajando en el estudio de Le Corbusier y compartiendo casa con su paisano el escritor Pablo Neruda. Breton le incluyó en la exposición surrealista de 1938, y sus primeras pinturas aparecieron publicadas y comentadas en la revista Minotaure y muy pronto, bajo su patronazgo intelectual, el joven Matta emergió como miembro destacado del grupo surrealista. Poco después, Marcel Duchamp le convenció para que emigrara a América, y Matta se unió al grupo de artistas surrealistas, como Max Ernst, Yves Tanguy y André Masson, que junto a Breton se refugiaron en la ciudad de Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial. En 1942 Matta fue incluido en la exposición de artistas en el exilio, organizada por la Pierre Matisse Gallery, y aparece retratado en la famosa fotografía que inmortalizó este evento junto a Breton, Ernst, Masson, Tanguy, Eugene Berman, Marc Chagall, Fernand Léger, Jacques Lipchitz, Piet Mondrian, Amédée Ozenfant, Kurt Seligmann, Pavel Tchelitchew y Ossip Zadkine.
Además, durante los años neoyorquinos, Matta estableció una complicidad aún mayor con Breton y Duchamp, con quienes compartía la noción de Les Grands Transparents, entes invisibles que rodean al hombre, a los que se refería Breton en sus escritos, y a los que el pintor chileno supo dar forma visual a través de una ambientación apocalíptica. Al mismo tiempo, el énfasis en el poderío de la violencia llevó a Matta a ser valorado como una de las figuras más influyentes del surrealismo tardío, y su estudio del barrio neoyorquino de Greenwich se convirtió durante los primeros años de la década de 1940 en centro de debate en el que participaron muchos de los futuros expresionistas abstractos, como Robert Motherwell, William Baziotes, Arshile Gorky y Jackson Pollock.
A pesar de que para el pintor chileno los títulos de sus pinturas eran esenciales, ésta carece de él. Se ha publicado en ocasiones como Composición, otras como Composición abstracta, pero tanto la mujer del artista, Germana Ferrari, como Christopher Green se decantan por la menos comprometida denominación de Sin título, que es la que actualmente se utiliza. Por otra parte, si bien más de una vez este pequeño lienzo de la colección del Museo Thyssen-Bornemisza se ha fechado en torno a 1938-1939, por su estilo de formas biomórficas configuradas a base de finas capas semitransparentes, muy cercanas a sus Morfologías psicológicas o Inscapes (paisajes interiores o mentales) de finales de los años treinta, es más que probable que fuera pintado durante su estancia en Nueva York.
Christopher Green propone de manera convincente que la obra corresponde al periodo de 1942-1943. Aun estando relacionada con las Morfologías psicológicas, derivadas de las pinturas de Tanguy, que iniciaron un nuevo concepto de paisaje surrealista, que daba forma a nuestros pensamientos desenfrenados, Green hace notar que las incisiones romboidales realizadas sobre el óleo aún sin secar, con las que Matta crea un entramado de formas lineales blancas que flotan sobre el espacio pictórico, no aparecieron en su obra hasta octubre de 1942. Esta pintura sería por tanto una de las primeras de una serie realizada entre 1942 y 1945, que Rommy Golan llama Duchampian suite, en la que aparecen motivos lineales derivados de la gran instalación realizada por Duchamp para la exposición First Papers of Surrealism, organizada en Nueva York por André Breton. La instalación duchampiana, un enorme Laberinto de cuerdas que atravesaban la sala en todas direcciones desorientando al espectador, respondía a los sentimientos de un expatriado, condición que compartían muchos de los surrealistas. Por su parte, Breton, en su «Prolégomènes à un troisième manifeste du surréalisme, ou non», publicado en Nueva York en 1942 con ilustraciones de Matta, manifestaba: «El hombre debe liberarse de esa ridícula red que le rodea denominada realidad actual con la esperanza de una realidad futura que difícilmente será mejor».
Paloma Alarcó