Esta obra forma parte de un conjunto de pinturas sobre masonita, con las mismas dimensiones y técnicas, realizadas en el verano de 1936 en Montroig. Miró explora las materias mas variadas: óleo, alquitrán, caseína y arena, cediendo a la materia una parte del protagonismo de la pintura. A finales de los años veinte ya había dado un giro a su obra, asumiendo la libertad en la representación y en el uso de la materia en los collages del período que él mismo llamó «Antipintura». En los años siguientes continuó explorando materias ricas, texturas y objetos que propiciaran un impacto en el espectador. En estas obras sobre masonita deja sin cubrir el fondo, que proporciona una base cromática y una superficie ruda y texturada. Sobre ella define con trazos negros continuos unas formas que luego cubre parcialmente con color. Algunas de ellas se repiten en otras pinturas del conjunto, como el arco iris de semicírculos concéntricos, el aspa o la forma de péndulo. En uno de los dibujos preparatorios para la serie, el pintor anotó su intención inicial: considerar estas pinturas sobre masonita como secuencias cinematográficas, apuntando el color predominante en cada una, así como algunos de sus elementos: hombre, mujer, arco iris, alambre, etc. Pensaba proyectarlas todas sobre una gran tela, e incluso construir algunos objetos con alambre y colgarlos delante de las pinturas. En este sentido, cabe recordar la presencia de Calder en Montroig en 1932, donde hizo una representación de su circo de alambre. El propio Miró estableció el origen de estas pinturas en el proyecto para el ballet Jeux d'Enfants, que le fue encargado por Massine en 1931 y para el que realizó entre ese año y el siguiente una serie de dibujos para vestuario y escenografía en los cuales los bailarines y los accesorios móviles parecían signos vivos gravitando sobre la superficie. Aunque no llegó a realizar finalmente estas ideas, con la disposición secuencial de estas pinturas Miró se proponía romper con la idea del cuadro aislado.
La época en la que realizó esta obra está marcada por la tragedia de la Guerra Civil, pero el sentido trágico que impregna su obra ya se venía manifestando desde años anteriores. La angustia se percibe en pinturas de una gran agresividad no sólo por las deformaciones de los personajes, sino también por el color agrio e intenso, y en este sentido pueden recordarse tanto los pasteles de figuras monstruosas de 1934, como Hombre y mujer ante un montón de excrementos, de 1935. En esta pintura de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, ese tratamiento cromático ha desaparecido, concibiendo el color más como manchas y acentos que como elemento totalizador dominante. La reducción cromática se verifica aquí en favor de la restringida gama de negros, marrones y blancos con algunas manchas de colores más vivos. Unos meses antes, había llevado a cabo una reducción aún mayor en una serie sobre papel de lija titulada Signos y figuraciones, limitada al negro, y en las cuales el elemento sígnico era muy fuerte. A Miró le atraían poderosamente unas formas y objetos que al establecer relaciones recíprocas en el cuadro propiciaban «choques poéticos». En la pintura que comentamos, los elementos contorneados que flotan sobre el espacio y se activan mutuamente, proceden de un modo de hacer que empezó ya en los años veinte. El componente caligráfico es uno de sus rasgos más característicos, pero el sentido magicista y dinámico de sus obras anteriores adquiere aquí gravedad y un carácter dramático. Son obras expresivas que manifiestan el desgarro del artista ante la situación bélica que le haría establecerse en el otoño en París con su familia, donde permanecería hasta 1940.
Carmen Bernárdez Sanchís