Cabeza de mujer. ¿Kiki?
Modigliani fue sobre todo un pintor de retratos. Su necesidad de «tomar posesión de los personajes de su entorno» respondía, según Werner Schmalenbach, a una especie de «instinto primario» que provenía de su propia naturaleza de artista. Tomando siempre como punto de partida la tradición de la pintura, toda su obra respira una serenidad y armonía clásicas que compagina con la esquematización formal proveniente de la escultura primitiva y de la influencia de Cézanne y del cubismo.
Aunque esta Cabeza de mujer, pintada con óleo sobre papel, no aparece en el catálogo razonado de Joseph Lanthemann, se puede relacionar con un conjunto de cabezas fechadas en 1915, en las que se hace patente el paso del artista de la escultura a la pintura a partir de la influencia de la geometría cubista. Se trata de un posible retrato de Kiki de Montparnasse, en el que, como era habitual en Modigliani, su identidad se ha ocultado a través de la tipología: la cara esquematizada, los ojos asimétricos carentes de mirada y las facciones convertidas en signos. Modigliani somete a sus modelos a una geometrización muy acentuada que, unida a un hieratismo casi sagrado y a su distanciamiento emocional, los ensalza a la categoría de efigies. Como resume acertadamente Tamar Garb, «la fuerza de los retratos de Modigliani reside en su capacidad de traducir las tensiones entre lo genérico y lo específico, entre la máscara y el rostro, entre lo endémico y lo concreto».
Este retrato perteneció a Henri Hoppenot (1891-1977), embajador francés, y su mujer, Hélène Hoppenot, amante del arte y amiga de numerosos artistas de vanguardia, como Marcel Duchamp, quienes reunieron una importante colección de arte y de objetos artísticos de extremo oriente.
Paloma Alarcó