Marea baja en Varengeville
En febrero de 1882, Claude Monet se traslada de Poissy a Dieppe y Pourville, en la costa normanda. Allí permanece dos meses solo y, durante esta prolongada estancia, realiza treinta y seis cuadros. Paul Durand-Ruel le compra veintitrés de ellos por un importe total de 8.800 francos franceses, es decir, le paga unos 400 francos por lienzo. El marchante adquiere Marea baja en Varengeville en abril de 1882. En marzo de 1882, Durand-Ruel estaba vendiendo los cuadros de Monet a 2.000 ó 2.500 francos, a juzgar por una carta de Boudin a su amigo Ferdinand Martín. Entre 1880 y 1890 los precios de las obras de Monet se disparan y Durand-Ruel se reserva la mayor parte de la producción del artista. En 1882, Monet se muestra preocupado por su incómoda situación con respecto a Alice Hoschedé, que vive oficiosamente separada de su marido. Asume los gastos diarios de la familia, compuesta por sus propios hijos y los de Alice. Pero las preocupaciones no merman su furia creadora.
Durante esta estancia, decepcionado por Dieppe, Monet descubre Pourville y sus alrededores y se hospeda en un hotelito-restaurante junto al mar, «A la renommée des galettes». Trabaja solo: «Siempre he trabajado mejor en solitario y a partir de mis impresiones personales».
El 6 de abril de 1882 le cuenta a Alice cómo va su trabajo, lo que nos permite conocer su forma de proceder. Esboza varios lienzos a la vez, en función de las condiciones atmosféricas; luego, según el tiempo que haga, trabaja en un lienzo o en otro. Guy de Maupassant describirá esta técnica en 1886 en Étretat. Monet le confiesa a Alice: «La mayoría de mis estudios me llevan diez o doce sesiones, y algunos hasta veinte [...] para bien necesito otras dos jornadas de sol y dos o tres días grises; y eso, por descontado, dejando de lado varios lienzos [...]». Al día siguiente concreta: «Ayer trabajé en ocho estudios y, suponiendo que le haya dedicado una horita a cada uno [...]». Es decir que Monet pinta al mismo tiempo varias vistas del mismo lugar o de lugares cercanos. Por lo tanto, en cada sesión de trabajo ha de volver a su primera impresión. Luego termina los cuadros en el taller y todavía se reserva un tiempo para verlos todos juntos antes de entregárselos a su marchante. Eso es precisamente lo que hace con la serie de cuadros de Pourville y Varengeville. De aquella estancia en Pourville, Monet vuelve con vistas de acantilados, de la iglesia de Varengeville y de la caseta de los aduaneros. Pinta en varias ocasiones el acantilado de Varengeville y la playa de Pourville desde un ángulo bastante clásico: la línea del horizonte está prácticamente en el centro de la composición y el espectador se sitúa a cierta distancia, en el mismo plano. Estamos lejos de las perspectivas a vista de pájaro o de los enfoques muy próximos que Monet utiliza frecuentemente; esta forma de pintar evoca más los acantilados de Jonkgkind, Millet o Isabey. Monet ya había tratado el tema del acantilado de Étretat en 1868-1869 y luego en 1880 y 1881 en las Petites Dalles y en Fécamp, donde lo plasma en un primer plano muy próximo.
La técnica que utiliza para realizar esta obra es distinta de la que emplea para los cuadros que pinta de los alrededores de la caseta de los aduaneros durante esta estancia. Los toques a base de comas cortas dejan paso a unas pinceladas largas y estrechas en los acantilados, que evocan casi cascadas. Este procedimiento confiere a las rocas volumen y fuerza, al tiempo que les infunde una dinámica y evoca su materia mineral y vegetal. Es un tratamiento pictórico expresionista que Monet emplea igualmente en otras obras, como Iglesia en Varengeville, efecto de mañana de 1882.
Esta traducción muy sensual del acantilado queda equilibrada por la parte inferior del lienzo. La transparencia, los reflejos, la serenidad y la horizontalidad del agua suavizan la verticalidad y la densidad de las rocas. El primer término con los charcos de agua de mar resulta muy poético. Recuerda las armonías de los celajes y las superficies de agua a las que tan aficionado era Boudin, que dominaba la representación de las mareas bajas y de las aguas estancadas entre la arena y las rocas. Esta obra sigue la estela de la pintura de Eugène Boudin o de Charles Daubigny, artistas que Monet admiró durante toda su vida y que marcaron su juventud.
El acantilado y la marea baja constituyen la parte de más peso del cuadro, a la que responde, en un eco atenuado, la parte izquierda, en la que todos los elementos se difuminan, los colores se diluyen y se vuelven monocromos (la arena y el acantilado en lontananza). El cielo unifica suavemente todas las partes.
Anne-Marie Bergeret-Gourbin