Ramo compuesto por manzanilla, rosas francesas y otras flores
Jean-Baptiste Monnoyer, uno de los mejores pintores de flores franceses del Barroco, pintó floreros de todos los estilos, desde una sola ramita en flor hasta elaboradas composiciones florales en urnas con fondos arquitectónicos o de tapices. En esta deliciosa pareja de cuadros trabaja a pequeña escala y de manera íntima, aplicando su genio a unos modestos ramos atados con sendos lazos azules. Y precisamente porque trabaja a la pequeña escala de la «pintura de gabinete», estas composiciones son más delicadas y están más terminadas que sus decorativos floreros de gran formato. En la primera incluye unas rosas de York y Lancaster, así denominadas porque combinan el blanco, color favorito de la casa de York, con el rojo de los Lancaster (Rosa x damascena cv. Versicolor), anémonas-coronarias (Anemone coronaria pseudo-plena lavandulo-alba), junquillos (Narcissus x odorus Plenus), un jacinto (Hyacinthus orientalis), un tulipán (Tulipa chrysantha x T. Clusiana) y orejas de oso. El segundo ramo está compuesto por rosas francesas (Rosa gallica ab R. x provincialis), rosas amarillas simples (Rosa foetida), flor de azahar (Citrus aurantium) y dos tipos de claveles (Diantus caryophyllus plenus albo-violescens y Diantus caryophyllus plenus albo-cinnabarescens). Todas son especies habituales en la obra de Monnoyer y muy estimadas, aunque no excesivamente raras, en los jardines aristocráticos franceses del siglo XVII. En una pareja de floreros que se vendieron en Christie's, Londres, el 7 de septiembre de 1995, lote 36 (de 46, 3 x 39 cm), encontramos las mismas especies colocadas de distinta manera.
Monnoyer mezcla flores de primavera, como el jacinto, con flores de verano, como las rosas. Aunque cada una de ellas tiene una frescura y una inmediatez que sugieren que el artista las ha estudiado del natural, trabaja, como la mayoría de los pintores de flores del siglo XVII, a partir de dibujos de exquisita ejecución realizados en el momento en que las flores están en todo su esplendor, y que conserva como importante material de referencia. Su maestría se revela en la orquestación del conjunto. Le gustaba pintar flores suntuosas, escultóricas, de formas rotundas: las rosas centifolias francesas de grandes cabezas, la aterciopelada manzanilla blanca romana, que es casi un leitmotiv de su obra. Coloca las flores sobre un fondo oscuro, barridas por una serpentina luz barroca, con lo que consigue la sensación de que se balancean bajo una perfumada brisa. En ambos cuadros dominan las rosas blancas y rosa pálido, con los pétalos abiertos en el primer plano iluminado. Monnoyer juega con la contraposición de flores densas y delicadas, de colores cálidos y fríos. Los pétalos azules, frágiles y retorcidos del jacinto de la parte superior de una de las composiciones se compensan, en el mismo tono, con la cinta azul de la parte inferior. En la otra, la flor de azahar pone la nota fría que potencia el cálido rojo del clavel y el amarillo de la Rosa foetida.
Aunque esta pareja de lienzos es un ejemplo relativamente limitado del arte de Monnoyer, su tratamiento fluido y pictórico y su vibrante utilización del color son típicos de la tradición franco-flamenca en la que se formó. Nacido en Lille, estudió en primer lugar la pintura de historia en Amberes antes de pasar a la pintura decorativa en París, hacia 1650. Sus contemporáneos alababan su realismo y el artista alcanzó grandes cotas de éxito durante el siglo XVIII. Sus floreros decoraban tanto los palacios reales de Francia como las mansiones de la aristocracia británica, donde todavía se conservan muchos de ellos. Por encima de todo, la obra de Monnoyer pone de manifiesto la fastuosa afición a las flores y a los jardines en la época barroca.
Susan Morris