Flores
Esta pintura, realizada durante el difícil otoño de 1942 -de aquí procede ese color impregnado de sombra, con luces tenues-, forma parte de una pequeña serie de obras en las que el artista toma como modelo un ramo de zinnias frescas para experimentar su progresivo marchitamiento.
Se sabe que Morandi prefiere servirse de flores de seda, refinado producto artesanal de la Bolonia del 700, y que después de los años de la guerra ya no pinta flores frescas precisamente debido a su naturaleza caduca, tan sujeta a los ultrajes del tiempo, mientras que él busca en el objeto de sus composiciones un «espejo inmóvil» en el que reflejar su visión interior, sus cambios de pensamiento y de estado emocional. El modelo nunca debe cambiar, precisamente porque es el artista quien cambia continuamente (y por el mismo motivo, Morandi, después de 1927-1928, ya no hará más retratos -ni siquiera a sus queridas hermanas- ni pintará figuras).
Como en los grabados de flores realizados alrededor de 1930 (y, en particular, en los dedicados al tema de las zinnias en jarrón)1, en esta tela Morandi acepta la confrontación con el objeto de naturaleza más frágil y efímera, captándolo precisamente en aquel instante de paso de la vida plena a su progresivo y rápido declive.
Hasta hace pocos años, la obra se conservaba junto con otra de tema análogo en la misma colección italiana, y ambas han sido expuestas en pareja en diversas exposiciones organizadas por el Museo Morandi, precisamente para subrayar, en el paso de la primera a la segunda tela, el interés del artista por la caducidad del tiempo.
En la primera pintura, esta que nos ocupa, las flores son todavía frescas y el ramo forma un todo con el jarrón, determinando una composición compacta y firme. La imagen es frontal, casi como en relieve, incluso imponente en su presencia silenciosa. En la segunda, el jarrón desaparece y la mirada se concentra en el curvarse, en el marchitarse de las corolas, aquí más abiertas, descompuestas, deshechas.
En Flores, perteneciente ahora a la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, la pincelada tensa y nerviosa mueve los pétalos como si su piel fuera acariciada por una brisa secreta que se eleva desde el fondo; un fondo decididamente morandiano en su intensidad de vibración, en su imponerse como fragmento de pintura pura, en su ofrecerse como campo de la interioridad habitada por la aparición de las flores.
Marilena Pasquali