Concha y viejo tablón de madera V
Desde comienzos de los años veinte Georgia O’Keeffe representó imágenes aisladas de formas naturales sencillas, conchas, huesos o flores, como reacción a la excesiva intelectualización y hermetismo a los que se veía sometida entonces la pintura. Concha y viejo tablón de madera V, de 1926, pertenece a un conjunto de pequeñas composiciones en las que trabajó sobre estas dos formas naturales. La propia pintora relató las circunstancias casuales que le llevaron a crear estas pinturas: «Estábamos entablillando el granero y los tablones viejos podían saltar por cualquier parte. Sin darme cuenta recogí uno, me lo llevé a casa y lo coloqué sobre la mesa de mi habitación. Sobre la mesa había una concha blanca de una almeja que había traído de Maine en la primavera. La había estado pintando y todavía se encontraba allí. La silueta blanca de la concha y la silueta gris del tablón desgastado por la intemperie estaban hermosas sobre las hojas gris pálido y sobre el descolorido papel pintado de rayas rosas. Añadí el tablón, y de nuevo me puse a pintar».
La pintora comenzó la serie con una representación bastante realista del tablón y de la concha, y añadió dos hojas a la primera y a la tercera de las versiones. La segunda y la sexta son bastante similares y la cuarta versión es quizás la más abstracta por haber sido pintada en un plano más próximo. La quinta, perteneciente al Museo Thyssen-Bornemisza, es similar a la sexta «pero menos abstracta», según se describe en las anotaciones encontradas en los archivos de la pintora. En todas estas composiciones, O’Keeffe muestra su constante preocupación por tratar de reconciliar las tensiones entre realismo y abstracción y la progresión de la serie estaba precisamente encaminada en ir abstrayendo poco a poco las formas de la naturaleza.
El pintor de origen alemán Oscar Bluemner expresó su admiración por la pintora en su presentación del catálogo de la muestra individual de O’Keeffe en 1927 en The Intimate Gallery, recién inaugurada en Nueva York por Alfred Stieglitz, su marido, en la que se expuso esta pintura. La delicadeza de su factura pictórica y la sutil luminosidad de la composición, que parecen engrandecer esos humildes objetos, sin duda contribuyeron al éxito conseguido.
Paloma Alarcó