Barca en un estanque
hacia 1912 - 1929
Acuarela sobre Papel.
30 x 48 cm
Colección Carmen Thyssen
Nº INV. (
CTB.1999.13
)
No expuesta
Como muchas de las obras de Hippolyte Petitjean, sus acuarelas no están ni fechadas ni hacen referencia al lugar que representan. A pesar de ser muy parecidas a las que producían los Pissarro, padre e hijo, en los años 1886-1890, según Robert Herbert, historiador del Neoimpresionismo, habrían sido pintadas en la última etapa de su vida, a partir de 1912, cuando el artista retorna a la técnica neoimpresionista que había abandonado a principios de siglo. Estas acuarelas, que constituyen la parte más atractiva de su producción, son muy apreciadas y buscadas por los coleccionistas desde que una exposición, celebrada en colaboración con la hija del artista en 1955 en la galería del «Institut de Paris», seguida de otra muestra organizada en 1959 en la galería David B. Findlay de Nueva York, las reveló al público.
A lo largo de su carrera, Petitjean alterna sistemáticamente entre el Neoimpresionismo y un arte de corte más académico, al estilo de Puvis de Chavannes. Este intento de conciliar tradición y modernidad halla su mejor expresión en los paisajes puros y sabiamente compuestos en los que el pintor renuncia a cualquier alusión alegórica o mitológica. En ellos utiliza con gran libertad la división de la pincelada, aplicada enérgicamente con toques breves, formando una red bastante laxa que deja entrever el blanco del papel. De esta manera realza el brillo de los colores al tiempo que evita que, al superponerse, éstos pierdan luminosidad. De este modo, Petitjean consigue un hermoso efecto decorativo, bastante brillante aunque muy alejado del que se obtiene con una utilización más rigurosa de la división de los colores según los principios estrictos del método divisionista, tal como lo planteaban Paul Signac o Henri-Edmond Cross.
En Barca en un estanque escasean el dibujo y los contornos. El artista trata el paisaje mediante grandes masas: el agua, el cielo y el árbol central, enmarcados a ambos lados por la frondosa vegetación de ribera. Obviamente, se deleita resaltando el contraste entre la factura densa de la barca y de la vegetación -que plasma mediante colores más intensos y una pincelada más prieta- y el tratamiento más ligero y espaciado del agua y del cielo. Luego se esfuerza por mostrar cómo los colores penetran unos dentro de otros, en particular el amarillo del sol que se extiende por el azul del cielo. Petitjean también evita resaltar excesivamente las líneas que aíslan la vegetación de su reflejo, creando de este modo un paisaje poético que, más que describir con precisión, evoca, y pretende sobre todo traducir, un efecto de luz -probablemente la del ocaso, cuando las sombras cálidas y coloreadas se alargan y enturbian la percepción de los límites que separan la realidad de su reflejo y el objeto de la sombra que proyecta-.
Pintada con un estilo muy parecido al de la acuarela anterior, Pueblo con campanario tampoco está fechada ni sabemos a qué lugar corresponde. Tal vez se trate de un paisaje de Île-de-France, pero el campanario, pesado y achaparrado, de estilo románico, podría ser el del pueblo de Donzy-le-Perthuis, en el departamento de Saône et Loire, cerca de Mâcon, que el artista representó en reiteradas ocasiones. Petitjean solía ir a menudo a su región natal y nos ha dejado varias acuarelas de Donzy-le-Perthuis bastante semejantes a ésta. Curiosamente, el campanario que marca el centro de la composición es la única parte que no está pintada con pinceladas divididas, lo que acentúa su aislamiento; cabría pensar que el artista no se atrevió a adoptar, para plasmar el carácter sólido y volumétrico del elemento arquitectónico, un lenguaje que prefiere reservar para evocar los elementos fluidos, como la vegetación o la naturaleza en general.
Volvemos a encontrar aquí el tipo de composición sencilla e inteligible preferido por Hippolyte Petitjean. El campanario, aislado sobre un pequeño cerro al pie del cual se adivinan algunas casas, está enmarcado a ambos lados por los árboles que bordean la carretera del pueblo y se destaca claramente sobre las colinas del fondo. Una vez más, el artista simplifica la composición cromática separando los elementos del paisaje en grandes zonas de tonalidades perfectamente definidas: las copas de los árboles y el triángulo de la carretera en primer término, enmarcado por las sombras azules de los árboles; luego el amarillo solar de un trigal y el azul más pálido de las colinas en la lejanía. Las sinuosas líneas de los troncos y de las ramas, las pinceladas más arrebatadas que plasman el follaje, introducen una ligera sensación de movimiento en esta composición al mismo tiempo serena y geométrica. La dispersión de los puntitos de colores suscita una vibración general, reforzada por la elección cromática. Las tonalidades claras, realzadas mediante algunos toques de colores puros -amarillo, rojo y azul- que animan esta composición tan clásica crean una ilusión de luz y movimiento. Por todo ello, esta acuarela es paradigmática del encanto del arte del tímido y modesto Petitjean. Expresa al mismo tiempo su inocencia y su frescura, su fidelidad a la tradición y sus audacias, excesivamente moderadas. Revela las tendencias contradictorias que marcaron toda una carrera artística dominada por la perpetua oscilación entre dos tentaciones: la del admirador de Puvis de Chavannes, que opta por un arte comedido, y la del artista en busca de innovación, sensible a la modernidad del color tal como lo entendían los pintores neoimpresionistas.
Marina Ferretti
A lo largo de su carrera, Petitjean alterna sistemáticamente entre el Neoimpresionismo y un arte de corte más académico, al estilo de Puvis de Chavannes. Este intento de conciliar tradición y modernidad halla su mejor expresión en los paisajes puros y sabiamente compuestos en los que el pintor renuncia a cualquier alusión alegórica o mitológica. En ellos utiliza con gran libertad la división de la pincelada, aplicada enérgicamente con toques breves, formando una red bastante laxa que deja entrever el blanco del papel. De esta manera realza el brillo de los colores al tiempo que evita que, al superponerse, éstos pierdan luminosidad. De este modo, Petitjean consigue un hermoso efecto decorativo, bastante brillante aunque muy alejado del que se obtiene con una utilización más rigurosa de la división de los colores según los principios estrictos del método divisionista, tal como lo planteaban Paul Signac o Henri-Edmond Cross.
En Barca en un estanque escasean el dibujo y los contornos. El artista trata el paisaje mediante grandes masas: el agua, el cielo y el árbol central, enmarcados a ambos lados por la frondosa vegetación de ribera. Obviamente, se deleita resaltando el contraste entre la factura densa de la barca y de la vegetación -que plasma mediante colores más intensos y una pincelada más prieta- y el tratamiento más ligero y espaciado del agua y del cielo. Luego se esfuerza por mostrar cómo los colores penetran unos dentro de otros, en particular el amarillo del sol que se extiende por el azul del cielo. Petitjean también evita resaltar excesivamente las líneas que aíslan la vegetación de su reflejo, creando de este modo un paisaje poético que, más que describir con precisión, evoca, y pretende sobre todo traducir, un efecto de luz -probablemente la del ocaso, cuando las sombras cálidas y coloreadas se alargan y enturbian la percepción de los límites que separan la realidad de su reflejo y el objeto de la sombra que proyecta-.
Pintada con un estilo muy parecido al de la acuarela anterior, Pueblo con campanario tampoco está fechada ni sabemos a qué lugar corresponde. Tal vez se trate de un paisaje de Île-de-France, pero el campanario, pesado y achaparrado, de estilo románico, podría ser el del pueblo de Donzy-le-Perthuis, en el departamento de Saône et Loire, cerca de Mâcon, que el artista representó en reiteradas ocasiones. Petitjean solía ir a menudo a su región natal y nos ha dejado varias acuarelas de Donzy-le-Perthuis bastante semejantes a ésta. Curiosamente, el campanario que marca el centro de la composición es la única parte que no está pintada con pinceladas divididas, lo que acentúa su aislamiento; cabría pensar que el artista no se atrevió a adoptar, para plasmar el carácter sólido y volumétrico del elemento arquitectónico, un lenguaje que prefiere reservar para evocar los elementos fluidos, como la vegetación o la naturaleza en general.
Volvemos a encontrar aquí el tipo de composición sencilla e inteligible preferido por Hippolyte Petitjean. El campanario, aislado sobre un pequeño cerro al pie del cual se adivinan algunas casas, está enmarcado a ambos lados por los árboles que bordean la carretera del pueblo y se destaca claramente sobre las colinas del fondo. Una vez más, el artista simplifica la composición cromática separando los elementos del paisaje en grandes zonas de tonalidades perfectamente definidas: las copas de los árboles y el triángulo de la carretera en primer término, enmarcado por las sombras azules de los árboles; luego el amarillo solar de un trigal y el azul más pálido de las colinas en la lejanía. Las sinuosas líneas de los troncos y de las ramas, las pinceladas más arrebatadas que plasman el follaje, introducen una ligera sensación de movimiento en esta composición al mismo tiempo serena y geométrica. La dispersión de los puntitos de colores suscita una vibración general, reforzada por la elección cromática. Las tonalidades claras, realzadas mediante algunos toques de colores puros -amarillo, rojo y azul- que animan esta composición tan clásica crean una ilusión de luz y movimiento. Por todo ello, esta acuarela es paradigmática del encanto del arte del tímido y modesto Petitjean. Expresa al mismo tiempo su inocencia y su frescura, su fidelidad a la tradición y sus audacias, excesivamente moderadas. Revela las tendencias contradictorias que marcaron toda una carrera artística dominada por la perpetua oscilación entre dos tentaciones: la del admirador de Puvis de Chavannes, que opta por un arte comedido, y la del artista en busca de innovación, sensible a la modernidad del color tal como lo entendían los pintores neoimpresionistas.
Marina Ferretti