Hombre con clarinete
Hombre con clarinete, una de las obras maestras del cubismo analítico, fue pintado por Picasso en el otoño de 1911, tras haber pasado el verano en Céret junto a Braque. Esta composición piramidal en abanico nos muestra un personaje portando un instrumento musical, del que sólo podemos descifrar los signos básicos. La armadura de la imagen está construida con el ritmo de unas cuantas líneas rectas y curvas, y los colores, aplicados con una técnica neoimpresionista, se reducen a una amplia gama de ocres y grises, con los que logra asombrosos contrastes tonales y efectos pictóricos. Aunque Picasso somete al personaje a una descomposición formal extrema que nos lleva a una lectura abstracta, mantiene la colocación vertical de la figura como en el retrato convencional.
Hombre con clarinete de Pablo Picasso, una de las obras maestras del periodo de máximo desarrollo del cubismo analítico, que Kahnweiler denominaría hermético, fue elegida por Apollinaire para ilustrar su ensayo Les peintres cubistes publicado en 1913 por Eugène Figuière. Según Pierre Daix, Picasso realizó esta pintura en el taller del boulevard de Clichy, en el otoño de 1911 o el invierno de 1912, tras haber pasado el verano en Céret, en el Pirineo francés, trabajando en estrecha colaboración con Georges Braque.
A través de una composición piramidal en abanico, Picasso nos muestra la figura de un hombre portando un instrumento musical, quizás un clarinete, del que sólo podemos descifrar los signos más básicos. Lewis Kachur lo identifica con la forma cilíndrica de una tenora, un instrumento popular de viento, de doble lengüeta, utilizado para interpretar la sardana catalana. La armadura de la imagen ha sido construida con el ritmo de unas cuantas líneas rectas y curvas, que responden, según Pierre Daix, al influjo de los volúmenes de la arquitectura de Céret, y los colores reducidos a una amplia gama de ocres y grises, con los que el pintor consigue asombrosos contrastes tonales y efectos pictóricos. Por otra parte, la técnica neoimpresionista, de pinceladas pequeñas y concentradas, dan a la superficie un cierto aspecto metálico. Esta superficie no es homogénea y produce un efecto de textura en relieve, ya que en el centro del cuadro la pintura se acumula en pinceladas gruesas, mientras que en los bordes ha sido aplicada en capas más finas, «aumentando así —como ha apuntado Christopher Green— su presencia como un objeto material, como un tableau-objet».
A pesar de que la descomposición formal nos lleva a una lectura más abstracta que figurativa, prueba de que el cubismo analítico se iba acercando a la abstracción, esta tela podría relacionarse con una serie de retratos de ese periodo. Picasso somete al personaje a una fragmentación extrema pero mantiene la colocación vertical de la figura tal y como lo hacía el retrato convencional. Esta disposición nos hace suponer que se trata de un retrato, aunque sólo sean visibles algunos rasgos individuales del personaje y del espacio en el que se encuentra. Elizabeth Cowling considera que, además de evocar la presencia de un individuo, se perciben ciertas alusiones musicales que convierten estos retratos cubistas en «evocaciones de algunas actitudes, sensaciones, atmósferas o sentimientos, tan potentes como intangibles». Como si, en lugar de retratos, fueran retratos de los recuerdos que el artista tiene del personaje. En ese sentido podrían ponerse en relación con la idea del «arte como sugestión» de Mallarmé, que llevó a André Lhote a considerar las pinturas cubistas como «constructions mallarméennes».
Como ha desvelado Anne Baldassari, para muchos de sus retratos de este periodo Picasso utilizó como fuente de inspiración una serie de fotografías hechas por él mismo en el estudio del boulevard de Clichy, durante el otoño de 1910 y el invierno de 1911, en las que sus amigos Ramón Pichot, Max Jacob, Guillaume Apollinaire, Frank Burty Haviland, Daniel-Henry Kahnweiler y el propio Picasso posan sentados delante de una pared de la que cuelga una extraña mezcolanza de cuadros, dibujos, máscaras y, lo que es más significativo, diferentes instrumentos musicales.
El cuadro fue vendido por Kahnweiler en 1912 al coleccionista alemán instalado en París Wilhelm Uhde, a quien Picasso había retratado en 1910. Durante la guerra de 1914, por ser súbdito alemán, sus obras —como ocurriría con las del propio Kahnweiler— fueron confiscadas y vendidas en subasta pública en el Hôtel Drouot el 30 de mayo de 1921. Con motivo de esta subasta, en la que Hombre con clarinete fue adquirido por un coleccionista anónimo, André Breton tuvo la oportunidad de contemplar y admirar esta pintura, que calificó como «una obra de una elegancia fabulosa». En 1937 entró a formar parte de la colección del historiador del cubismo Douglas Cooper y en 1982 entró en la colección Thyssen-Bornemisza.
Paloma Alarcó