San Jerónimo penitente
1634
Óleo sobre lienzo.
126 x 78 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Nº INV.
335
(1981.33
)
No expuesta
San Jerónimo penitente es uno de los episodios de la vida del santo que Ribera trató, al igual que la Piedad, en varios momentos de su carrera. La vida de san Jerónimo, uno de los cuatro doctores de la Iglesia, autor de la Vulgata y colaborador del papa Dámaso, quien precisamente le encargó la revisión de la traducción latina de la Biblia, fue difundida, como la de otros mártires, por La leyenda dorada del dominico Santiago de la Vorágine. La figura de san Jerónimo, junto a la de otros santos contemplativos y anacoretas, como la Magdalena, se potenció durante la Contrarreforma, que vio en estos episodios espirituales ejemplos perfectos del arrepentimiento, que además cumplían la misión de conmover al fiel motivando su piedad.
Uno de los ejemplos tempranos de Ribera con la figura de san Jerónimo, fechado hacia 1616-1617, fue pintado precisamente para uno de los protectores del pintor en Nápoles, el duque de Osuna, Pedro Téllez Girón. En este lienzo, perteneciente a la colegiata de Osuna, Sevilla, san Jerónimo, en meditación, con la calavera en las manos y tumbado en el suelo de su cueva, escucha la trompeta del Juicio Final que toca un ángel. Datada en 1626, en el Ermitage de San Petersburgo se conserva otra tela con el mismo tema pero cuya composición difiere bastante de la del duque de Osuna; en ella el santo penitente, rodeado de sus símbolos, entre ellos el león, es interrumpido en su trabajo por un ángel con un instrumento musical.
Nuestro santo, sin embargo, carece del paisaje de la pintura de Osuna y parece haber suspendido su meditación por algún motivo hacia el que alza la vista. La pintura, pese a estar realizada en la década de los años treinta, cuando los colores del pintor se aclaran, se construye con un intenso tenebrismo que nos remite a las composiciones de Caravaggio. El santo, que cubre su cuerpo con un intenso manto rojo, deja ver parte de su anatomía, que Ribera, como en otros casos, trata con una pincelada precisa que nos va mostrando las arrugas y los huesos que se transparentan a través de la flácida y macerada piel del santo. Las rudas manos de este mediador están tratadas con una tonalidad más cálida que el resto de su epidermis, acentuando con ello la presencia de la calavera que sostiene entre los pliegues del manto. Ribera no descuida ninguno de los pormenores de su composición ni de las distintas texturas que encontramos en el lienzo. Basta comprobar los distintos ritmos de su pincel con los que capta el rizado cabello de san Jerónimo y el toque, corto y alargado, que emplea para su blanquecina barba. Estas calidades se aprecian también en el expresivo y sobrio bodegón con dos libros que coloca sobre una fría piedra, en el ángulo inferior izquierdo.
Este lienzo ingresó en la colección Thyssen-Bornemisza, en 1981, procedente del mercado de arte de Nueva York. Anteriormente había estado registrado en una colección privada de Ginebra y en otra francesa, cuyos propietarios lo habían adquirido a un anticuario de París.
Mar Borobia
Uno de los ejemplos tempranos de Ribera con la figura de san Jerónimo, fechado hacia 1616-1617, fue pintado precisamente para uno de los protectores del pintor en Nápoles, el duque de Osuna, Pedro Téllez Girón. En este lienzo, perteneciente a la colegiata de Osuna, Sevilla, san Jerónimo, en meditación, con la calavera en las manos y tumbado en el suelo de su cueva, escucha la trompeta del Juicio Final que toca un ángel. Datada en 1626, en el Ermitage de San Petersburgo se conserva otra tela con el mismo tema pero cuya composición difiere bastante de la del duque de Osuna; en ella el santo penitente, rodeado de sus símbolos, entre ellos el león, es interrumpido en su trabajo por un ángel con un instrumento musical.
Nuestro santo, sin embargo, carece del paisaje de la pintura de Osuna y parece haber suspendido su meditación por algún motivo hacia el que alza la vista. La pintura, pese a estar realizada en la década de los años treinta, cuando los colores del pintor se aclaran, se construye con un intenso tenebrismo que nos remite a las composiciones de Caravaggio. El santo, que cubre su cuerpo con un intenso manto rojo, deja ver parte de su anatomía, que Ribera, como en otros casos, trata con una pincelada precisa que nos va mostrando las arrugas y los huesos que se transparentan a través de la flácida y macerada piel del santo. Las rudas manos de este mediador están tratadas con una tonalidad más cálida que el resto de su epidermis, acentuando con ello la presencia de la calavera que sostiene entre los pliegues del manto. Ribera no descuida ninguno de los pormenores de su composición ni de las distintas texturas que encontramos en el lienzo. Basta comprobar los distintos ritmos de su pincel con los que capta el rizado cabello de san Jerónimo y el toque, corto y alargado, que emplea para su blanquecina barba. Estas calidades se aprecian también en el expresivo y sobrio bodegón con dos libros que coloca sobre una fría piedra, en el ángulo inferior izquierdo.
Este lienzo ingresó en la colección Thyssen-Bornemisza, en 1981, procedente del mercado de arte de Nueva York. Anteriormente había estado registrado en una colección privada de Ginebra y en otra francesa, cuyos propietarios lo habían adquirido a un anticuario de París.
Mar Borobia